Opinión

Fernando Altuna

Fernando Altuna, en el centro de la imagen, con Consuelo Ordóñez, se enfrenta a los proetarras en Alsasua.

Fernando Altuna, en el centro de la imagen, con Consuelo Ordóñez, se enfrenta a los proetarras en Alsasua.

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Era vasco, taurino y del Atleti. Definición de Twitter, de síntesis y de valores. Lo recordaba ayer, cuando veía el partido más triste de mi vida, sabiendo que no llegaría el selfie HDR que nos acostumbraba a caer desde las redes, mostrando un hombre bueno con bufanda, hijo y cigarrillo. El partido en mi habitación desplegaba una distancia gélida para uno ojos helados que analizaban el esquema desde la frialdad de unas lágrimas que no salían y me cuadraban la temperatura del cuerpo. Veía así las paradas de Oblak sin inmutarme, con un sonido ambiente que sonaba a nada, en mate de ausencias. Pasaba así el Atleti de ronda y uno de los nuestros a la eternidad. Paradoja habitual de dos movimientos existenciales de distinto género: patrón permanente de alegrías y dolor que forma la alquimia existencial.

El Atleti a cuartos y Altuna con su padre nos deja un estadio glacial y el mundo aún más seco. No conocía personalmente a Fernando. Le seguía en la virtualidad y desde el corazón, le vi muchas veces en los actos de las víctimas aunque nunca nos saludamos. Actos en los que siempre es fácil reconocer a la gente, pues siempre vamos los mismos, siempre los mismos, cada vez más los mismos.

Es la España rota y sin sitio, la encarnación de España en catacumbas y sangre son sus víctimas, ya lo sabemos. Invisible bajo el peso de ese artefacto llamado Estado; eso que, no es que no sea España, sino que es lo contrario de la misma. No conocía a Fernando pero en fondo lo conocía, y le apreciaba mucho, le quería, vamos. Porque hay amigos eternos a los que a uno no le da tiempo a conocer en este purgatorio y habrá que esperar presentaciones formales en la auténtica Vida. Miro fotos en el móvil mientras el Atleti crea ocasiones en toma y daca, en un juego de porteros acróbatas… pero ni me llega, ni lo siento. Sólo espero una foto de alegría tras el partido, pero sé que no la veré esta vez. Y tras la foto sé que tampoco vendrán las “buenas noches cariños” con esa mitología de mujeres en blanco y negro.

Rezo entonces a mi Madonna del parto y pienso cómo me hubiera gustado tomarme un vermut contigo, Altuna, joder. Fumar en El Comercial para hablar de la vida y de la muerte. Habrá que esperar, amigo. Por ahora, simplemente te quiero dar las Gracias por tu testimonio y tu coraje; por haber sostenido la Cruz hasta donde ha sido posible, por no haberte escondido en tu pena.

El dolor que tú representabas es una herida por donde España muere. Porque España es eso, un grupo de españoles heridos sin defensa por un Estado depredador sin patria. Porque Patria, bien lo sabes, viene de Padre, dónde estás ahora. Los dos juntos y abrazados reconociéndoos en lo que sois. Os pido que intercedáis porque nuestra España vuelva a ser lo que es: la tierra de nuestros padres y se deshaga de padrastros criminales que, con coartada de Estado, hacen negocio desde el desguace de su simiente.

Un abrazo a ambos y descansa en Paz, Altuna. Hasta siempre, cariños.