Opinión

El autobús en el descampado

El autobús de HazteOir retenido durante la mañana de este miércoles

El autobús de HazteOir retenido durante la mañana de este miércoles

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El autobús naranja ha quedado varado en un campo de cemento del extrarradio. Algo inclinado en una pendiente, como si fuera a tropezar, mientras le hacían fotografías como a un gigante de feria, a mí me recordaba a los coches de la película Cars. Sus faros eran ojos que parecían llorar y su cuerpo largo la espalda de un gigante dormido.

Pasan las horas y quedan los hechos, que son varios, porque con el autobús coincidieron otros en el tiempo. Yo me atrevería a recordar la parodia sacrílega de Las Palmas y el eco reciente de algunas sentencias judiciales. En efecto, ya hace unos meses un juez falló, sin posibilidad de recurso alguno, que ultrajar una capilla no era delito porque no había ofensa de sentimientos religiosos.

La semana pasada, un magistrado de Barcelona fallaba que, en el padre nuestro sacrílego, la Iglesia debía soportar esas parodias y críticas; ahora, el juez de instrucción de Madrid dispone que unas palabras como las del autobús naranja pueden menoscabar la dignidad de determinadas personas, porque decir que el hombre es por siempre hombre menoscaba la dignidad de quien cruzó de acera y cambió de sexo.

Quienes viven fuera del País Vasco no conocieron la campaña (financiada, según se ha dicho, por un millonario americano) a la que ha respondido esta otra de Hazte Oír. Y Hazte Oír ha respondido como se responden siempre las campañas o, como se entra en la polémica, con un texto que rebate el texto anterior. Hazme Oír ha acudido a la biología y a la sintaxis. Yo no sé nada de biología, aunque algo entiendo de genitales y por ello nada encuentro de indecente, de estrafalario o de ofensivo en afirmar lo que son hechos de la Naturaleza. Ahí entra otro asunto: la intención de lo que se dice. Y esto pertenece a la gramática, a la sintaxis y particularmente a la semántica, en definitiva a la lengua.

Sobre ello -lo que se pretende- ha actuado el juez de instrucción, que parece haber tomado las escasas cuatro líneas de palabras rotuladas en el autobús para sacar de ellas un presunto delito. La verdad es que media España ha quedado sorprendida por el puritanismo de palabras e intenciones, un puritanismo a la inversa, muy diferente de aquel otro de nuestra infancia, pudibundo, pues este es un puritanismo del desafío y que se jacta de una nueva realidad alternativa, que sustituye a la que creíamos haber tenido por firme y consistente hasta ahora.

Pero aún más llamativo es lo que nadie se atreve a decir, como si de pronto se tuviera miedo de decir que el rey está desnudo. Yo no había vivido esto, pues en mi infancia se perseguía la disidencia política e ideológica, pero nunca, ni en mi infancia ni en mil quinientos años antes se había tenido en suelo español por delito lo que dicen los cristianos. Esta es a mi juicio la conclusión de este asunto y quizás el juez de instrucción, concentrado en su código y en las bases de datos jurídicas, no ha reparado en ello: la fe de los cristianos es perseguida por vez primera en el solar de España desde tiempo de Roma, si se considera que en época musulmana pervivió siempre suelo cristiano.

Porque lo que Hazte Oír afirma en su autobús es, sin duda, expresión de la concepción del mundo del pensamiento cristiano, algo que para el juez ofende y puede ser delito. Es presidente Mariano Rajoy; es rey Felipe; y elegantísima ha estado Letizia en el palacio de Oriente recibiendo a Macri y su señora. Pero España es por vez primera, en mucho tiempo, algo distinto. Es verdad que el juez de instrucción de Madrid no ha estado solo. Millones de españoles han callado; en Las Palmas votaban alborozados con el móvil el espectáculo sacrílego. Y nadie que yo sepa parece haberse dado por enterado de que lo que ahora dice un cristiano, en expresión de su concepción del mundo (la que era, hasta hace no mucho, la de todos), es delito porque así lo dicen la Fiscalía y un auto redactado en una lengua difícil y pobre, como si el juez redactara a fuerza de unir retazos de un artículo y otro, como hacen los juristas, componiendo un mundo que parece vivir dentro de sí mismo, ajeno a la poesía, a la calle, a la luz.

Entretanto, el autobús duerme en un descampado. En la película de Pixar y Disney, los coches tienen una expresión alegre porque sus faros son ojos luminosos y sus radiadores bocas abiertas. El bus naranja del despoblado, entre chatarra del extrarradio, parece haber mudado su color y tiene el tono del minio de los balcones antes de ser pintados. Lo van a fusilar y al pelotón acuden tantos que incluso el gobierno se apunta a disparar el primer tiro. Mientras, los españoles, que no se enteran, esperan, con el móvil en la mano, la próxima ración de gambas.