CIENCIA

La palabra, arma de doble filo

Rocky, el mono que imita sonidos

Rocky, el mono que imita sonidos

  1. Opinión

En un artículo publicado en el apartado de ciencia de este periódico, se preguntaban: ¿porqué no hablan los monos? Se aportaban teorías científicas sobre el tracto vocal y sobre la capacidad cerebral y qué duda cabe que debe de ser la combinación de ambas lo que debe permitir hablar a un ser vivo. Los monos, al igual que otros muchos animales, puede que no hayan desarrollado suficientemente alguna de las dos, o ninguna, porque sencillamente no lo necesitan.

Unos cincuenta años antes de que Darwin escribiera su libro El origen de las especies, Jean-Baptiste Lamarck ya hablaba de la evolución en su obra Filosofía Zoológica. A destacar de su teoría, una frase: la función crea el órgano. Es decir que el entorno medio ambiental de una especie puede obligar a ésta a adaptarse mediante la creación de un órgano o de su debilitamiento si ya no es necesario.

Con una vida bastante sencilla y con necesidades básicas cubiertas, nacer, crecer, comer, dormir, reproducirse y como mucho estar alerta por los depredadores, a los monos tampoco es que les haga falta ser duchos en retórica para comunicarse. Y eso que está constatado que muchas especies animales, por no decir todas, se comunican a su manera.

La cuestión radica en la complejidad de lo que se necesita transmitir. Y no hay complejidad si no hay suficiente inteligencia como, por ejemplo, para crear y manejar herramientas. No hay complejidad si no hay progreso. Y no hay progreso si no se necesita progresar.

En el hombre, creo que aún no se sabe muy bien por qué, hubo un salto evolutivo. El famoso eslabón perdido sobre el que tanta polémica hay.

Hay hipótesis, que defienden la intervención de una inteligencia extraterrestre que nos hizo empezar a razonar y a ser capaces de utilizar instrumentos, siendo este el principio de nuestro progreso.

En el inicio de la muy interpretable película, 2001 una Odisea del espacio, Stanley Kubrick deja entrever la posibilidad de que un monolito rectangular que aparece de repente, -probablemente de origen extraterrestre-, dote de inteligencia a un grupo de monos que lo tocan y que a partir de ese momento comienzan a utilizar un gran hueso como arma para imponerse a otros grupos.

Fuese el que fuese el origen de la semilla que nos facultó para empezar a utilizar utensilios, es razonable pensar que paralelamente implicaba el desarrollo de un lenguaje complejo para poder transmitir y recibir conocimientos.

Y esta es la parte amable del lenguaje, de la palabra. El que podamos comunicarnos, dialogar, debatir, transmitir conocimientos y sentimientos.

Por otra parte está muy extendida la vinculación de la persona habladora con la extraversión y de la poco habladora con la introversión. O sea, la facilidad o dificultad para las relaciones sociales.

Una regla no escrita que, como todas las reglas, tiene sus excepciones y que bajo mi punto de vista las tiene y muchas.

Personalmente admiro a quien utiliza el lenguaje de forma concisa y sencilla, diciendo muchas cosas con pocas palabras. Y me gusta el poco hablador que a la postre demuestra ser responsable y cumplidor, que los hay.

En cambio desconfío, pero mucho, del charlatán, del vendehúmos.

No aguanto al que te cuenta su vida en la cola del pan, sin conocerte y lo que es peor, quiere saber de la tuya. No soporto al dicharachero que se excusa de cumplir con sus obligaciones con la misma labia y pretendida gracia con la que se comprometió. Ya saben, obras son amores y no buenas razones. Ni soporto al que te trata con excesiva familiaridad desde el minuto uno.

Luego también están los políticos, maestros de la retórica en sus dos acepciones: arte del bien decir o discurso falto de contenido. Cada vez hay más de los segundos que de los primeros, sencillamente porque no saben más o porque han de cubrirse la espalda con discursos neutros, fácilmente modificables si lo necesitan. “Donde dije digo...”, el contexto y tal.

Pero lo que siempre me ha asombrado, para mal, ha sido ver en la televisión esas arengas interminables de líderes tipo Hitler o Chávez.

Entendiendo, o queriendo creer, que muchas de las personas congregadas en esas situaciones lo hacían por obligación, se observan por otra parte rostros que emanan auténtica devoción.

Y esa es la parte oscura de la palabra, del lenguaje. El poder para influenciar sobre personas predispuestas a ello. Personas influenciables, no sé si por genética, por desesperación o incluso por analfabetismo.

Y el remedio contra una gran parte de todo esto radica, paradójicamente, en la parte buena del lenguaje: La educación, la formación de personas con sentido crítico.

Volviendo al origen del artículo y de la especie humana, los monos tal vez no necesiten hablar. Los humanos hemos tenido que aprender a hacerlo porque algo o alguien nos complicó la vida, con todas las ventajas e inconvenientes que ello conlleva.

En cualquier caso, si a veces no nos entendemos entre nosotros mismos, ¿se imaginan un mundo con varias especies pudiendo conversar?