REFLEXIONES

Nuestra enfermedad

Panorámica de la Gran Vía madrileña.

Panorámica de la Gran Vía madrileña.

  1. Opinión

En una sociedad donde prima la cantidad frente a la calidad es recurrente encontrar casos como el escrito en este periódico por Joaquín Vera Botellón low cost: copas a 43 céntimos por obra y gracia de las marcas blancas.

Si damos un garbeo por las calles de cualquier ciudad, encontramos muchas cadenas de ropa tipo: H&M, Springfield, Primark que está tan en boga en los últimos tiempos -más aún tras el desatino de la Vicepresidenta del Gobierno- y otras muchas cadenas que todos conocemos.

¿Por qué tienen tanto éxito? ¿Qué venden?

Tomo como ejemplo el caso de las cámaras GoPro. Nos han bombardeado con anuncios repletos de jóvenes sonriendo y corriendo aventuras en los paisajes más variopintos. En ningún momento explican las características de su producto. ¿Para qué? La gente no compra porque tenga mayor o menor calidad fotográfica, quiere viajar, sonreír, en definitiva, busca el buen rollo.

Y esta empresa, como otras muchas, ha conseguido empaquetarlo. No venden sólo cámaras sino experiencias, emociones, esperanzas, sueños… Ahora bien, ¿somos nosotros, los consumidores, quienes demandamos este tipo de producto o son las empresas quienes han creados esta necesidad que todos aceptamos como propia? Es decir, ¿necesitamos tener su producto para poder vivir aventuras, tener amistades y éxito social? Si la respuesta es afirmativa, estamos ante una nueva perversión de la economía y del ser humano.

Imaginemos que quiero una camisa nueva para esta noche y un pantalón elegante para despedir el año. Voy a una de las cadenas antedichas, gasto unos 20 euros. Es barato incluso para nuestros sueldos. Las uso un par de veces y, tras unos lavados se deterioran ostensiblemente. No me preocupa, al revés, es la excusa perfecta para soslayar cualquier atisbo de razón y dar riendas sueltas a mi necesidad de vestir siempre ropa nueva. No supone un gran perjuicio económico y me siento más feliz que un pavo real con plumas nuevas.

Se sabe que para fabricar un traje de caballero se necesita según El Corte Inglés y la Fundación Botín unos 5.550 litros de agua (cantidad que llenaría más de 5 bañeras de un metro cúbico, donde entran mil litros). Imaginen lo que se necesita para satisfacer la demanda del Primark.

Por añadidura, si usted compra una camiseta por 10 euros piense lo que estarán pagando y las condiciones en las que se trabajará en la fábrica, ya saben, esos países que no suelen aparecer en los periódicos salvo cuando alguno de sus antros se derrumba o incendia. Y aún en estos como una noticia menor. No nos preocupaba, pero, en este mundo global y competitivo todo tiene consecuencias. Estamos interconectados. Es cierto que ahora los precios han bajado pero, también lo han hecho los sueldos y la calidad de los productos.

Cuestión distinta es el tema de la tecnología que aún ha pervertido más, si cabe, el sistema. A día 12 de diciembre de 2016 parece normal gastar bastante dinero cada dos o tres años en un teléfono. Resulta que a duras penas superan ese tiempo de uso, además muchas aplicaciones solo se actualizan en terminales nuevos. ¿Y qué ocurre? No ocurre nada. Total, con los sueldos que tenemos y dados sus precios, es lo mejor que podemos hacer.

Algunos esteraréis pensando que soy incapaz de ver las ventajas de la globalización. Claro que aprecio y gozo de las ventajas que nos ha deparado, pero, cada día sospecho con mayor temor que no es oro lo que nos venden sino oropeles. Debemos hacernos la siguiente pregunta: ¿A quién está beneficiando la globalización?

Opino que beneficia a los mejores, a los más preparados pero para el resto, el mogollón, el común de los ciudadanos, nos está empobreciendo gradualmente a través de sueldos más bajos y más horas de curro, pero, eso sí, podemos comprar gangas a la vuelta de la esquina o por internet. En definitiva, aumenta la diferencia entre ricos y pobres, aunque nuestra pobreza está aderezada por la satisfacción cubrir necesidades ficticias.

¿Dónde han quedado los sueldos altos, esos ropajes buenos que se podían lavar una y otra vez, esos arcones que aguantaban años y años...?

Téngalo en cuenta durante este tiempo de Adviento. Verán como las empresas apelan a los sentimientos propios de la navidad y compraremos cosas que al poco tiempo devendrán inútiles. Este análisis se puede extrapolar, sin ningún esfuerzo, a otros ámbitos como la comida rápida, o la necesidad de salir de fiesta todos los fines de semana y muchos otros que no voy a citar por falta de espacio.

Señores, poco y bueno, no mucho y malo, porque como dice el refranero popular, por qué mil moscas coman heces no significa que la mierda sea buena.