PENSAMIENTO

Los perdedores

Paisaje de Degas.

Paisaje de Degas.

  1. Opinión

Siempre he sentido inclinación por los perdedores y sé que, aunque seguirles no trae el éxito y que incluso las madres, las más sabias de las criaturas que pueblan el mundo, aconsejan siempre seguir al más listo, al mejor, y apartarse de los maulas, a mí el perdedor me ha cautivado siempre y he encontrado en él el espejo de la crueldad de la existencia y con él la verdad de las cosas, que es lo que más me importa.

Pero los perdedores ya no son lo que eran. Antes eran individuos aislados, como representantes de una casta extinguida de quienes destacan por inadaptarse al mundo y perderse en él no pocas veces por su misma superioridad. Hoy, en cambio, examino en torno a mí, me asomo a la calle y veo que el perdedor es ya el representante general de nuestra España y dondequiera que hay una actividad alguien parece haber perdido su oportunidad: las familias sin esperanza en el trabajo de sus hijos, los curas sin fieles, el poeta embargado en un mar de mensajes de texto y aquel que va a morir con ganas de salvarse y sin un cielo en el que creer.

Es un lugar común que Occidente está en crisis, pero jamás pensamos que esa sociedad hecha de libertades y de progreso acabaría en un mar de desesperanza. No es función del articulista enumerar los síntomas porque las enfermedades que todos comparten pueden ser entendidas sin demorarse en explicaciones. Allá donde había comunidad hay ahora multiculturalismo y donde había certezas ahora hay desesperanza. Los barrios ya no son lugares amables y el vecino puede ser un yihadista o un enemigo de nuestros hijos. Uno, si quiere expresarse en libertad, debe recurrir a la red digital y no al patio de vecindad. Y el amor tiene tan mala prensa que si Garcilaso regresara desde el cielo de los poetas algún radical le apedrearía.

El perdedor que salía solo del colegio y se escondía en casa; el que nunca se atrevió a declararse (se decía así) a una chica; el que opositaba a fiscal durante diez años y luego desaparecía, mano sobre mano, ya no son estos los perdedores de nuestro tiempo porque todos, incluso el que lleva de calle a las chicas, el que lo aprueba todo y el que triunfa en Instagram, todos tienen ya esa naturaleza que es como un sello de fábrica y que en todos se imprime, como un sello que nos dejaran en un lugar no muy visible, quizás las posaderas, pero que certificara nuestra naturaleza de hombres postmodernos, disgustados y sin norte.

La verdad es que arrojar pesimismo es un crimen social y no quiero cometerlo, aunque la tristeza y el desencanto están de moda y por ello se perdona todo. Pero el hecho de que haya sociedades que ya no se encuentran en lo colectivo porque la comunidad ha desaparecido y buscan nuevas comunidades y son capaces de arrojarse en brazos de los extremismos, significa que ese modelo que desde los años del desarrollo material de Europa, desde los cincuenta, ha caído sobre nosotros, tiene dentro de sí una suerte de veneno que, inoculado, mata esa misma sociedad a la que embaucó.

¡Qué desolación que aquel sueño liberal-progresista que desde el XIX llenó los corazones haya terminado como las tartas que hinchan las tripas y provocan ardor! Y todos los sueños políticos, todas las utopías, han sido tan insatisfactorias, tan falsas, tan poca cosa como esas cenizas de Fidel Castro que se empeñan ahora en llevar por toda Cuba, a pesar de ser sólo eso, polvo, mas polvo malhumorado. Cenizas de algo que pretendió ser el esplendor y que es ahora oropel deslucido.

Me cautivan los perdedores y tomo el café en ese bar que anuncia la taza a un euro porque ya no tiene clientes; quizás acuda a ese abogado que me tendrá por su cliente providencial, con el que podrá llevar por fin un caso, y me enamoraré de esa mujer que, en la noche, ya sólo tiene la esperanza en el marinero rezagado, el que está a punto de perder su barco. El aura de belleza del perdedor es directamente proporcional a su desgracia, pero temo su rencor, ese que recoge la política y lo aglutina en cálices nuevos. Lo malo de unirse a los perdedores es que te contagian su desgracia. Lo decía mi madre y tenía razón. Siempre nos ha convenido juntarnos a quien destaca y por eso sé que, junto a los perdedores, ellos me arrastrarán a su final.