Opinión

Trump o el triunfo del miedo

Donald Trump, presidente electo de EEUU.

Donald Trump, presidente electo de EEUU. Reuters

  1. Opinión

Por César Sampedro Sánchez, doctor en Historia.

Un fantasma recorre el mundo. Se llama populismo. Desde el brexit en Europa, no podía haberse producido algo tan dramático para la salud de las democracias occidentales que la victoria de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos y por lo tanto, próximo comandante en jefe del ejército más poderoso del mundo. La madrugada del 9 de noviembre fue para mí como un despertar de pesadilla.

No voy a decir, como han anunciado muchos gurús que yo pude predecir ese victoria, o que me imaginaba este escenario en algún caso. A pesar de que Hillary Clinton adolecía en mi opinión de contundencia, ya puse por escrito que para mí el candidato más potente contra el populismo hubiera sido Sanders, no creo que nadie pudiera imaginarse un contexto así. El daño ya está hecho, y el Partido Demócrata necesitará revisar su estructura, pues a pesar de la resistencia de la progresista costa este, han perdido en estados de tradición de votante demócrata como Pensilvania u Ohio.

Ciertamente, se han traspasado tantas fronteras que todavía me cuesta creer que Trump haya pasado todos los filtros del sistema democrático americano. Trump prometió construir un muro infranqueable que separara los Estados Unidos de México. Añadió que expulsaría de golpe a los 11 millones de inmigrantes ilegales que residen en Estados Unidos e impediría la entrada en el país de cualquier musulmán, al margen de su ideología, actividad o procedencia. Tampoco dudó en acusar a los inmigrantes mejicanos de delincuentes y violadores en potencia.

Al mismo tiempo, se granjeaba de la enemistad de sus compañeros del partido republicano, burlándose del heroísmo de guerra, algo tan impopular en la nación americana, particularmente de alguien querido entre los republicanos como el senado John McCain. Se mofó en otra de sus histriónicas apariciones de un reportero con una minusvalía física. Tampoco se paró en barras para tachar a los aliados de la OTAN de cobardes tacaños que se niegan a pagar sus gastos de defensa.

Todas esas fronteras ha ido franqueado el magnate y otrora personaje televisivo, hasta la del machismo más repugnante, hablando de las mujeres acosadas como consentidoras. Pensábamos que nadie tan vulgar y zafio podía tener el voto de las mujeres norteamericanas, ni alguien tan racista el del treinta por cien de los latinos, ni de una parte de la población africana. Pero ha sido así.

Ha triunfado el populismo fácil entre una población que es la que es, y tampoco no nos vamos a engañar porque en algunos de los estados, hasta hace poco tiempo era delito compartir espacio público con un negro. Acierta enormemente Pedro J. Ramírez (pongo el ejemplo de un periodista que vivió de cerca la política norteamericana en los setenta) al decir que la misma “América profunda” que antes odiaba a los Kennedy, sigue siendo la que ahora odia a los Clinton, y es la que ha votado en contra del establishment. Por eso el discurso populista ha calado tan bien entre la población blanca trabajadora, afectada por la crisis económica: los de abajo contra los de arriba (¿les suena?). Los que estamos dentro y tenemos un estatus, contra los que quieren entrar, aunque compartamos raza y color.

Los ecos de la victoria de Trump reverberan en Europa. Jean Marie Le Pen, la primera líder en felicitarle, en Francia. Nigel Farage, impulsor del brexit, en Inglaterra. Amanecer Dorado en Grecia. Y son los que de verdad me hacen apretar los dientes. Y los que me recuerdan a la Europa de entreguerras donde se formaba un caldo de cultivo que después sirvió para el ascenso de los totalitarismos en una Europa, magistralmente descrita por Stefan Zweig en El Mundo de Ayer. Esperemos no retroceder décadas en días.