Opinión

Las revoluciones, mejor sin el 'pueblo'

  1. Opinión

Por Maria Luz Simon Gonzalez

Cree Pablo Iglesias que todos los valores democráticos que podemos disfrutar en el momento actual llegaron por la lucha combativa del pueblo. Quizá más bien a su pesar.

Ese pueblo zafio e inculto, siempre dispuesto a alzar la mano contra el más débil si siente el apoyo de su líder, ese pueblo convertido tantas veces en masa que corre ciegamente, aquí y en todo el planeta, fue el que dio legitimidad a reyes y dictadores crueles, a la Inquisición, a los disturbios antisemitas del pasado y del presente.

No, ese pueblo humilde que sufre las miserias del mundo añadiendo la pobreza para que sean aún más dolorosas, ese pueblo que se manipula para que pierda el pensamiento inteligente de conocimientos leídos o adquiridos por la sensatez puesta al servicio de la verdad, ese pueblo no es el que trae más justicia a esta tierra cuando envuelto en la droga de la demagogia se deja arrastrar hacia la violencia y el fanatismo.

España empezó a convertirse en un estado moderno, con algo parecido a una Constitución, una separación de poderes y un rey con el poder limitado por las Cortes, tras la guerra civil castellana, allá por el siglo XIV, enfrentándose Enrique de Trastámara a su hermanastro Pedro I el Cruel que consiguió el apoyo del pueblo definiéndole como Pedro I el Justiciero, pueblo que a su vez, en uno de esos proyectos de un mundo libre de mentes diferentes, acabó con la vida de miles de judíos, muchos de ellos huidos de la Francia de Felipe IV el Hermoso que azuzado también por su pueblo promulgó la expulsión a principios de ese siglo XIV.

Si de verdad nos sentimos iguales ante la ley, como paso indispensable para serlo, no podremos justificar esas manifestaciones que quieren dar poder al pueblo convertido en masa que ahoga la capacidad crítica de quien se disuelve en ella.

Cuando 200 jóvenes entran en la Universidad Autónoma de Madrid impidiendo el discurso de Felipe González están reclamando una justicia que nos les corresponde a ellos aplicar pero además, a diferencia de las proclamas de hace 23 años en la misma Universidad, se desacreditan como valedores de la democracia al hacerlo invocando su apoyo a los terroristas de ETA. Manifestando su esencia sectaria, se desautorizan para llamarles asesinos por más que la justicia no fuera ciega al juzgarles. Se trasladan a las antípodas de un pensamiento libre y ofrecen gritos más próximos a los de Millán Astray en Salamanca frente a Unamuno.