Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia

Pedro Sánchez en Ferraz/Javier López/ EFE

Pedro Sánchez en Ferraz/Javier López/ EFE

Por María Luz Simón González

Dicen los psicólogos que el nombre marca al individuo en su trayectoria vital. Quizá no sea en sí el nombre, quizá son todos los proyectos que los padres descargamos sobre nuestros hijos cuando decidimos el nombre, inconscientemente o no, los que provocan ese peso que marca nuestro devenir.

Quizá por eso Pedro Sánchez se ha convertido en el portador de los NO más emblemáticos de nuestra política como tres negaciones a su esencia: socialdemócrata, constitucional y española, ante el asedio de una izquierda que busca su poder en la destrucción del sistema que nos ha aportado mayor bienestar y democracia.
Podríamos divagar si defender a Pedro Sánchez tiene sentido o no, ya que a pesar de todo podría realmente reconstruir su partido. Pero primero busquemos en su depósito antenatal, quizá la Iglesia católica empezó su marcha menos espiritual y más administrativa, asumiendo que casi que mejor su reino sí era un poquito de este mundo, al apoyarse en ese otro Pedro que no supo defender al amigo, al santo, al mesías, frente a sus verdugos. Es posible que el cristianismo comenzara en esas negaciones su ruta hacia una religión, para bien o para mal, capaz de ser un camaleón a través de la historia, manteniéndose a flote a pesar de las tormentas que la han amenazado.
Quizá nos equivocamos pensando que Pedro Sánchez se empecina en llevar a su partido por cualquier derrotero con tal de salvarse a sí mismo y llegar a Moncloa, resultando incluso ridículo por no ser capaz de ver como su partido se destruye por obra y gracia de su otra acepción nominal: piedra, en este caso la de su cabeza.

Lo más certero será pensar que entre piedra y San Pedro o participando de una y otro se entreteje su propio debate. En sus ensoñaciones verá que si se une a Podemos podrá transformarlos en sus fieles seguidores, trayendo al sistema a los que renegaban de él y convirtiéndose así en el que salva el PSOE y lo eleva a sus más grandes proyectos. El problema que quizá no ve Pedro Sánchez es que construir en fango no suele dar mucha solidez a lo construido y por ello los que le precedieron prefirieron navegar hacia tierras menos escarpadas, aunque fuera contratando corsarios, puertos de los que entrar y salir sea más sencillo, porque, al fin y al cabo, la Iglesia administrativa con pies de piedra solo tiene sentido si reconforta a los fieles y rebaja su angustia vital asegurando el cielo a quien se acoge a sus preceptos. Para mantenernos en la cuerda floja espiritual y material no necesitamos Iglesia ni santos certificados por su burocracia.

Así mismo, para llevarnos por una España con fecha de caducidad, una ley selvática y una economía de subsistencia no necesitamos la Iglesia, perdón el partido, de Pedro, ya tenemos a Iglesias así, en plural, como su partido, que conjuga tantas voces que se va virando de la dulce música de las sirenas a las estridencias vanguardistas del siglo XX que yacen en el olvido por no ser música para hacer bailar el alma sino para catapultar nuestras neuronas a una convulsión descontrolada, perdón si ofendo a quien le guste, la música digo, también tiene muchos seguidores este que recibió el peso de un nombre con legado difícil de mantener, para bien y para mal, en esta España abochornada ante sus políticos.