Los polvos y el lodazal

Por Daniel López López

Cierto es que la socialdemocracia europea lleva desde hace años en una crisis existencial de la que aún no tiene claro cómo y hacia dónde salir. Tras la dolorosa derrota de Almunia en el 2000, el PSOE encumbró José Luis Rodríguez Zapatero, sin saber que esa decisión sí que sería dolorosa como se ha demostrado con los años.

Zapatero y su corte, en vez de buscar ideas y alternativas al fracaso socialista decidieron que la solución era el frentismo y el sectarismo, la criminalización y estigmatización del contrario como piedra angular de su acción política: en un ejercicio de absoluta ingeniería social se propusieron reeducar al electorado en que si no querían al PP lo que tenían que hacer era votarles a ellos ¡porque ellos no eran el PP! ,¡eran el anti-PP! El PP…, culpable de todos los males, pasados, presentes y pasados, habidos y por haber. Si el PP decía blanco, ellos habían de decir negro; si el PP negro, ellos blancos; el PP, en suma, era la peste.

Daba igual el trasfondo, la cuestión era posicionarse enfrente, nunca al lado; había que marcar diferencias, costara lo que costara y al precio que fuera. Tanto se repitió la consigna que al final hasta caló, llegando al punto que muchos dirigentes, militantes y votantes del PSOE y de la izquierda en general olvidaron su ideología y la función de su partido hasta vaciarlo de contenido y convertirlo en una suerte de cortejo de un Emperador de cuento de Andersen, donde nadie tenía el valor para decir (ni la vista para ver) que cada vez había menos ropa en el armario. Al otro lado tampoco se pueden absolver culpas: ha tenido y tiene igual o menos costumbre e interés en negociar y pactar nada. Ambos partidos, PP y PSOE, siempre han compartido algo básico en su praxis política: ese totalitarismo democrático que considerar que una vez se tenía el poder, podían (y tenían derecho) a hacer lo que les viniera en gana sin consultar a nadie.

A eso tenemos que sumar la política educativa de este país, ese mal endémico que los políticos tratan ya como una fastidiosa obligación a satisfacer más que como una verdadera responsabilidad para tener una ciudadanía sensata, madura y juiciosa, armada intelectualmente para apreciar y mantener el sistema democrático que tanto nos costó alcanzar. En 30 años he vivido bajo siete leyes educativas (¡siete!).
Ahora estamos cosechando lo que se sembró: una parte de la ciudadanía que ha interiorizado hasta el tuétano que el objetivo del juego electoral y democrático es desbancar (incluso aniquilar si se puede) al contrario como si fuera un apestado, y que se encuentra indefensa cultural y educativamente frente a esos planteamientos.

Añadamos una crisis económica que ha hecho estragos en la sociedad, por sus consecuencias lógicas (paro, recesión, pobreza…) y porque ha ayudado a que la fractura social que hemos aludido anteriormente, gestionada con suma mezquindad, se haya agrandado. En unas circunstancias en las que la propia clase política debería haber sido la primera en caminar de la mano y dar ejemplo, lo que ha hecho ha sido usarlas para provecho propio a costa del contrario.

Y en esa ciudadanía, deformada en su propio concepto de ciudadanía, han nacido ya los actuales dirigentes, con Pedro Sánchez a la cabeza, del PSOE que se atrincheran en su ‘no’ a dar estabilidad y normalidad social e institucional a España. Y de esa misma ciudadanía obtusa, otros han creado un partido, parido en un laboratorio, vetusto en sus ideas y perverso en sus fines, que ha pescado de un electorado izquierdista desnortado. Ahí está ahora, ansioso a la espera de rebuscar en los restos de un naufragio en ciernes.
En 2005, en plena época de reformas y recortes del gobierno Schröeder, un sector del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) descontento con dichas medidas, liderado por el expresidente del propio SPD Oskar Lafontaine, se escindió y casi inmediatamente comenzó a colaborar con el partido heredero del SED de la República Democrática Alemana. De dicha unión nació en 2007 Die Linke, con el que comparten grupo en el Parlamento Europeo Izquierda Unida y Podemos. Pocos años después, en 2008, tras el XXII Congreso del Partido Socialista francés, Jean-Luc Mélenchon y otros cargos políticos del PS, emulando a Lafontaine, abandonaron el partido para crear el Parti de Gauche. Ese mismo año se unió al Partido Comunista Francés y otras organizaciones políticas para formar el Front de Gauche.

Después de lo acontecido el miércoles pasado no sería descabellado que Pedro Sánchez, henchido de esa sobredosis de ego que ha llevado a su partido a la UVI, apostara por una operación similar y se uniera a esa suerte Frente Popular que se aglutina en torno a Podemos y su caudillo. Quizá incluso sería lo mejor. De este modo se podría abrir el camino a unos costureros que remendaran a este espantajo que es ahora el PSOE, que lo devuelvan a la socialdemocracia moderna, que lo alejen del nacionalismo y que lo tornen en un instrumento vertebrador y dialogante al servicio de España.