Santa Rita

Rita Barberá, en su domicilio valenciano/ Miguel Ángel Polo/ EFE

Rita Barberá, en su domicilio valenciano/ Miguel Ángel Polo/ EFE

Por César Sampedro Sánchez (doctor en Historia)

Santa Rita, patrona de los imposibles. Como la Santa, Rita Barberá quería convertirse en un icono, pero de la ciudad de Valencia, asociar su nombre a la de la capital valenciana para siempre. Cuántas veces me los han explicado amigos valencianos, un intento de dibujar un relato desde la transición a su llegada al poder en el que no existiera nada más que ella, obviando la buena gestión como alcalde de Ricard Pérez Casado y después de Clementina Ródenas. Quiso teñirse con el rojo que había impregnado la ciudad hasta entonces, hasta el color de sus trajes no era una casualidad.

Aupada al poder por la extinta Unión Valenciana, siendo todavía segunda fuerza después del PSOE, consiguió la alcaldía gracias a un pacto (coloquialmente conocido como “del pollo”). La fagocitación de Unión Valenciana, cuyos miembros en su inmensa mayoría recalaron en el PP, con alguna excepción, vino después y estuvo pergeñada por Zaplana.

La primera legislatura en el Ayuntamiento, le brindó varias lecciones. La primera, que los gobiernos en coalición no eran cómodos para imponer su carácter. La segunda, que debía ofrecer grandes proyectos que generasen la ilusión de que Valencia, bajo su mano, salía del olvido. Y la tercera, que tenía que conquistar la calle si quería garantizarse un futuro en el Ayuntamiento.

Por eso la importancia del relato. Quería Rita construir uno propio. Entre el boom de noticias sobre el personaje, quizás haya pasado inadvertido al lector que la exalcaldesa tenía contratado un staff de periodistas, hasta catorce, paralelo al de funcionarios del municipio, y con un coste de 738.000 euros anuales para las arcas valencianas. Su imagen lo era todo. Y así, en un principio, daba igual que en el Gürtel le atribuyeran regalos como un bolso de Buitton, porque se seguía confundiendo con el pueblo.

La sombra de la duda comenzó a instalarse sobre su gestión y cualquier intento de vincularla con el caso Emarsa, el que destapó el saqueo de la depuradora de Pinedo y el primero que relacionó su gestión con irregularidades, colisionaba frontalmente con su imagen incorruptible. Sin embargo, es la corrupción la que ha terminado con ellas. Algunos de sus concejales todavía recuerdan la advertencia que les lanzaba al ingresar en sus filas: “No hagas nada que nos pueda comprometer”. Pero ante cualquier escándalo, utilizaba a sus concejales como cortafuegos.

Quiso primero soltar lastre en su vicealcalde Alfonso Grau, imputado en el Caso Noos, hasta que este se cansó y empezó a cantar. El fin sólo vendría en las urnas. Rita se quería jubilar en alcaldía pero no iba a ser posible. La noche electoral espetó "¡Vaya hostia!". 

Pero una salida asegurada después de un servicio tan largo tenía que disfrutar. Y Rajoy estaba más que dispuesto a dársela, bien valía haber mantenido Valencia como baluarte de su partido y los cientos de miles de votos proporcionados. Proliferan estos días por las redes sociales los vídeos en lo que Mariano se explayaba con frases como: “Rita, eres la mejor”, como en su día rebotaron de la videoteca los que elogiaban a Francisco Camps: “Paco, yo siempre estaré delante, detrás, a izquierda o derecha tuya”.

El retiro y salvaguarda de Rita estaría en el Senado, ante posibles acciones judiciales, cuando ya se iban conociendo datos sobre el escándalo del pitufeo o supuesto blanqueo de capitales del PP valenciano. Rita tendría siempre la garantía de ser juzgada por el Supremo y no por la Justicia ordinaria (no menoscabo una en favor de la otra, pues esto daría para otro debate). Y por supuesto que esto Rajoy ya lo sabía. La estrategia de la baja del partido aparecería casi sincronizada. Así es como Rita pasaría de Santa a Mártir de la causa.