Aforados

Alegoría de la Justicia en Dublín/ Pixabay

Alegoría de la Justicia en Dublín/ Pixabay

Por Juan Fernando Ramón Sánchez

Monseñor Romero, obispo salvadoreño asesinado durante la celebración de una eucaristía, afirmaba que la justicia es igual que las serpientes ya que sólo muerde a los que van descalzos. Aunque desde el siglo XV se haya representado a la Dama de la Justicia con los ojos vendados, describiendo así al menos dos características definitorias como son la objetividad y la imparcialidad, si comparamos el camino que recorremos los ciudadanos de a pie al toparnos con ella con el camino que tienen que recorrer nuestros representantes públicos, no podemos estar en desacuerdo con la afirmación del prelado salvadoreño.

De esta manera a aquellos que están aforados, se les asignará directamente un tribunal superior en vez de a uno de primera instancia, Tribunal Supremo o Tribunal Superior de Justicia de las Comunidades Autónomas, considerándose así que recibirán mayores garantías o que será mejor o más justo, si bien para aquellos que han sido juzgados y condenados por el Tribunal Supremo, tienen limitada la segunda instancia, es decir, no se contempla recurso para las sentencias dictadas por ese tribunal, como ocurrió en el caso Garzón.

Pero también podemos encontrarnos con la otra cara de la moneda, es decir, en aquellos casos en los que no haya una sentencia condenatoria, tampoco existe la doble instancia, no pudiéndose evaluar lo dictado en primera instancia, creando así una desventaja en el sistema procesal penal y en la isonomia ante la ley. Quizá sea por ello que Francia cuente con 21 aforados y Alemania no tenga ninguno, en cambio en España sumamos la cantidad de diez mil almas, tantos como el ejercito de Jenofonte.

Lamentablemente algunos de nuestros representantes políticos son noticia de actualidad al aferrarse a la poltrona de tal manera que no puedan perder la condición de aforado, dando a entender así que van bien calzados.