Los asesinatos selectivos

El presidente de Estados Unidos y la Primera Dama/Yuri Gripas/Reuters

El presidente de Estados Unidos y la Primera Dama/Yuri Gripas/Reuters

Por Juan Tomás De Gomeza Lorenzo

No creo que un jurista haya inventado esta expresión de asesinatos selectivos. Los catedráticos de Derecho Penal suelen recurrir al latín y emplean términos precisos, de bisturí; sin embargo, el adjetivo selectivo no precisa nada ni del asesino ni de su acción. Hasta el panadero será selectivo por hornear un pan y no una docena; el escritor, ese criminal de la palabra, es aún más selectivo en palabras y en decires y, sin embargo, nunca nadie le definió así; si lo hace alguien, será probablemente uno de esos periodistas que han inventado esta palabra y la ha unido en maridaje al crimen.

Por ser selectivo, diré que no todos los asesinatos ejercitados por los que gobiernan suelen ser denominados así. Siempre han existido y se han cubierto de un velo de impostura porque un gobernante que mata y se ufana de ello es algo más que un cretino: será un imbécil selectivo. Y, sin embargo, ahora vemos que se anuncian los asesinatos selectivos como proezas del poder. Así, se nos dice que un jefe yihadista ha caído víctima de un dron y vemos a portavoces, ante el atril de la Secretaría de Estado o en la misma Casa Blanca, anunciar esa ejecución.

No tengo datos precisos pero creo que es ahora, con una Administración demócrata, cuando se habla sin ambages de estas acciones. El director de la CIA era aparentemente un ser de doble vida, cuya tarea era siempre ocultar la verdad podrida de la política, su cara abyecta, el asesinato selectivo. Creo, incluso, que hubo un momento de esos que se llaman sin retorno: la foto de la caza de Ben Laden, con Obama en la esquina de una sala reducida, como recién llegado y más observador que director de escena, vestido con una cazadora juvenil y procurando no mancharse de pura acción, él el estadista de los grandes discursos que estudian las universidades, plagados de metáforas y seducción.

Bien puede decirse que era esto algo más que un asesinato selectivo y que hubo un acto de guerra. No obstante, enseñándonos las tripas del poder, con sus vísceras purulentas, los mortales del común hemos perdido lo que teníamos por más querido: nuestra ajenidad al poder y sus abyecciones. Hoy nos anuncia un portavoz pulcro la muerte de un dirigente de Daesh y nuestro silencio nos hace partícipe de él. La ventana de Overton, que indica lo que es aceptable, se desplaza y el Derecho Internacional de siempre, que exige declaraciones de guerra, que rige la guerra o que limita la soberanía al propio territorio, quedan orillados, ante el silencio de juristas y políticos.

Los rusos, que yo sepa, no anuncian en salas de prensa sus acciones. Se habla de que agentes con gabardina acuden a Londres con cápsulas de plutonio. Y probablemente después de ejecutar sus acciones cenan a lo grande en Mayfair y se acuestan con prostitutas en Belgravia. Estos rusos poderosos no hacen partícipes a los ciudadanos del plutonio y la jeringuilla ni del dron, mientras los demócratas de Obama los anuncian como si fueran los resultados del índice de actividad manufacturera.

En nuestro país hemos conocido los asesinatos selectivos. Iglesias se refirió a ellos en las Cortes mencionando la cal viva, empleando así la metonimia, es decir, recordar unos hechos por una parte de ellos, precisamente por lo más chusco, por algo (la cal) que no era el arma del crimen sino el elemento para ocultarlo pero que era y es algo llamativo y rústico, lejano del dron que todos quisiéramos tener. El mismo Iglesias poco después acudió a Torrejón a vivir su minuto de gloria haciéndose una foto junto a Obama, a quien regaló un libro o un comic, como si quien envía drones tuviera tiempo para leer algo distinto de los informes.

Visto esto, no he entendido a Iglesias y no sé si nuestra sociedad ha comprendido la importancia de que hayamos perdido el Derecho Internacional y si por evitar guerras abiertas, formales y ajustadas a Derecho (el más cruel de los Derechos, el Derecho de guerra), ya vale todo, incluso apartarse del Derecho. He recordado El castigo sin venganza de Lope de Vega, en el que si bien referido al honor y la traición de un hijo a su padre, el castigo evita la publicidad y se oculta, dado que la publicidad misma de la afrenta es pérdida de prestigio y de mayor daño al honor.

No sé si ahora, mientras escribo estas líneas, un dron pueda venir y acercarse a mi ventana. Ahora escucho algo, descorro las cortinas y compruebo que era una alarma falsa: el aspersor de riego se ha vuelto loco y gira sin control. Regreso a mi mesa y pongo la guinda al artículo. Quizás mañana, no sé si con Hillary de presidenta, un portavoz educado en Boston anuncie mi muerte. Los drones no conocen el perdón y de nada valdrá que baje la persiana. Es sólo de plástico y yo un mortal de carne y letras, el peor enemigo que puede tener quien gobierna. Si vienen, no habrá nada que hacer. La épica de la guerra ha muerto y sólo existe en la novela moderna, con el hombre corriente que lucha contra el poder, pero no sé por qué pienso que tiene todas las de perder.