El sueño olímpico

Parque Olímpico en Río de Janeiro/Bruno Kelly/Reuters

Parque Olímpico en Río de Janeiro/Bruno Kelly/Reuters

Por Rafael Maria Molina Escondrillas

Acabaron los Juegos de Río y a los amantes del deporte nos invade una sensación de vacío. Toca esperar cuatro años. Los Juegos Olímpicos tienen esa aura mágica que poseen eventos como los mundiales de fútbol, quizá el único evento deportivo que le puede hacer sombra. Sucede sin embargo que los Juegos son mágicos porque nos suelen descubrir héroes en algunos casos o nos confirman aquellos que ya se anunciaban cuatro años antes. Porque estos deportistas, la mayoría, crecen deportivamente en silencio.

Son deportistas normalmente alejados del foco mediático hasta que se enciende la llama olímpica. Entonces nos sentamos delante de la pantalla buscando récords, que no son otra cosa que imposibles que se alcanzan como bien dice Juan Tallón. Nadie hubiera apostado, por ejemplo, por que una española se alzara con un oro olímpico en natación hasta que Mireia Belmonte se llenó de una fe inquebrantable en ella y en su entrenador, Fred Vergnoux, para alzar el oro de los 200 mariposa y grabar en la memoria colectiva las voces agónicas, épicas, de Julia Luna y Javier Soriano relatando el milagro que supone un oro para la natación española. Como nadie en su sano juicio hubiera vaticinado que algún día una española rompería la muralla asiática del bádminton para alzarse con un oro. Hasta que apareció Carolina Marín para cambiar la historia de este deporte desde que es olímpico.

Los Juegos nos descubren éxitos inesperados, como el de Marcus Cooper, un piragüista de madre alemana y padre británico que venía de sparring a Río, con la vista puesta realmente en Tokio 2020, y se encontró con un oro tras encender el motor que tiene por brazos. El evento deportivo más grande del mundo es capaz de emocionarnos incluso en deportistas que lo han ganado todo. Rafa Nadal volvió a recordarnos por qué es uno de los deportistas españoles más grandes de la historia. Sin rodaje competitivo, saltó a las pistas de Río para lograr un oro junto a su amigo Marc López y llenar de orgullo a todo un país tras batirse en individuales, hasta la extenuación, con Juan Martín Del Potro (otro titán de superación) y al día siguiente con el japonés Nishikori.

Río 2016 revistió de eternidad a un equipo de leyenda como es la Selección de baloncesto liderada por Pau Gasol, en el que quizás ha sido su último gran torneo con la camiseta de España, y selló en letras de oro la carrera de nuestra mejor atleta, Ruth Beitia, siempre entre las candidatas a ganar pero a la que se le resistía el oro olímpico. Nos descubrió a Lydia Valentín con su bronce en halterofilia, otra de esas heroínas anónimas que pelean por conciliar su día a día con el sueño que le persigue. También a Maialen Chorraut, quien tocó el cielo en su tercera participación olímpica.

Son deportistas que en muchos casos no participan ni por dinero ni por fama. Compiten por un sueño. Sacrifican su día a día en busca de la gloria olímpica, compaginando en muchos casos su profesión con el entrenamiento marcial que exige una competición como los Juegos. Como Saúl Craviotto, policía de profesión. Con un oro y un bronce, sigue colocando entre los mejores al piragüismo español.

Son cuatro años en los que no sólo tienes que prepararte física y técnicamente para ser competitivo, sino también mentalmente para un escenario que impresiona porque es imposible abstraerse de la competición mientras vives en la Villa Olímpica. Dos semanas en las que el sueño olímpico invade las vidas de los amantes del deporte. Dentro de cuatro años volveremos a sentarnos delante del televisor para que algunos de nuestros deportistas consigan su sueño olímpico.