En el nombre del padre

Imagen de una carnicería/ Dominio público

Imagen de una carnicería/ Dominio público

Por José Gabriel Real, @Josega90

Dicen las Sagradas Escrituras que Dios puso a prueba a Abraham pidiéndole que sacrificara a Isaac en el monte Moriá. El pobre hijo, escamado durante el paseo, le preguntó a su padre por el carnero que iban a ofrecerle al Señor. Me acostumbré a ver reses muertas en casa desde pequeño, sin temer que mi padre me inmolara ante un dios en el que no cree. Se descantó por subirme a una caja de pollos vacía y ponerme a empanar filetes de cerdo y ahormar albóndigas en el sótano de la carnicería. Allí, amarrando chorizos y salchichones, aprendí más Historia y Política que en muchas clases de la Facultad.

Mi amor a la prensa se remonta a los años dulces y tiernos de los noventa. Cuando salíamos a cenar los fines de semana, mi padre agarraba el periódico, desplegaba las hojas sobre de la mesa como si fuera el mapa del tesoro, y no lo soltaba hasta que el camarero le servía el churrasco. En ese momento, le hurtaba su preciado ejemplar y lo intentaba imitar: leyendo titulares, destacados y columnas que ni tan siquiera entendía. Terminaba pinchando las patatas del serranito con los dedos manchados de tinta y la cabeza llena de nombres como Umbral, Campmany o Raúl del Pozo.

Cuando nos mudamos del Barrio Alto (la Triana de Villanueva) a la calle de La Cilla, mi padre se trajo una pequeña estantería repleta de libros de Austral. En esa colección encontré obras geniales como Hamlet, El Jugador o La hija del capitán. Mi padre me regaló el barco pirata de Playmobil y una burrita azul que rescaté del cubo de la basura cuando mi madre consideró que estaba demasiado mayor ¿qué sabrá una madre sobre la vida útil de los juguetes? Pero su mejor regalo no vino envuelto en papel de charol. Durante unas vacaciones de Navidad, cuando me disponía a cruzar el salón en dirección a mi cuarto, me conminó a ver una película que estaban emitiendo en Canal Sur. Supongo que Juan y Medio estaría de baja aquel día. La primera escena empezaba con un plano oscuro que daba paso a un hombre de rasgos afilados: “Creo en América, América hizo mi fortuna…”.

El Padrino me gustó tanto que saqué las otras dos películas de la saga de la videoteca y me empecé a aficionar al Cine. Nuestra relación también se cimienta sobre las ciudades que hemos visitado y los recuerdos aparejados a esos viajes. Con mi padre he subido a la Giralda, he contemplado el acueducto de Segovia, he recorrido los pasillos de El Escorial, he visto torear a Miguel Abellán y me he colado en las entrañas de un matadero de madrugada. Solo hay un material más duro que el diamante en la escala de Mohs: la fuerza de voluntad de mi padre. Aprendió el oficio de carnicero por su cuenta, abrió su propio negocio en Villanueva y se levanta cada día tres horas antes de que los gallos aclaren sus gargantas y abran el pico. Ahora los ingleses alucinan con los chorizos que parten de ese pequeño pueblo enclavado entre olivares sevillanos. Su carrera profesional debería estudiarse en las escuelas de negocios, y no las supuestas proezas de ese gallego que explota niños en Bangladesh.

Mi padre es un hombre de bien, porque se descojona tanto como yo o más con las chirigotas de El Yuyu y El Selu delante del portátil de mi madre. Dejó de comprar periódicos cuando le abrí una cuenta de Twitter desde donde sigue la actualidad al minuto, leyendo noticias y reportajes de mil y una páginas diferentes. Si te ha gustado este artículo, ahórrate los elogios, llama a mi padre y dale las gracias a él.