Las noticias incómodas

Por Juantxu Gomeza

Cuando se duerme la siesta todo parece flotar en un cielo en el que se difuminan las imágenes y los conceptos apenas existen. La vida humana se ha confundido en ocasiones con un sueño, pues vivimos entre espectros e imágenes que parecen carecer de realidad. Nosotros mismos, actores de semejante pieza teatral, somos representantes de una tramoya onírica, en la que nada es lo que parece.

Las sociedades son tablados en las que los peligros muchas veces se difuminan y se pierden, no vaya a ser que avasallen con su poderío. Se esconde lo que una vez manifiesto tiene un poder mortífero o lo que no podría ser soportado. En realidad, toda verdad es difícilmente soportable. La mentira tiene tal poder de lentejuelas, de magia poderosa que encandila y que parece cobijar toda aspiración, que empeñarse en ver la realidad parece más un desatino de desalmado, de preocupación inútil de alguien que sólo pretenda el mal para el resto de la Humanidad, que una aspiración de un hombre en sus cabales.

Algo de ello sucede en nuestro tiempo, quizás de forma más acusada. ¿O acaso en los tiempos en que había censura periodística se censuraba de la manera en que se censura hoy lo incómodo, cuando ya no hay censura de la autoridad? Ya no hay, que yo sepa, despachos habitados por tipos encorvados con tijeras o con un teléfono en el que pedir consejo ante lecturas de textos que se pretende publicar. No hay censores y los que sobrevivan vegetarán en un asilo, consumiendo los últimos años de su jubilación. Pero la censura existe, porque ¿qué periódico publica hoy que en Venecia hace escasos días han entrado dos musulmanas en la parroquia de San Zulián a escupir en un crucifijo o que hace un mes un magrebí quebró el brazo de un Cristo en la iglesia de San Jeremías de la misma ciudad? Sucesos como éste, más otros muchos semejantes, se repiten por Europa y corren por Twitter o webs que quieren agitar, mientras que otras muchas los callan, como apartándolos para que la realidad no moleste, no vaya a salpicar.

La Europa de las dos velocidades, esa frase horrible que hemos oído tantas veces, en relación a la moneda, al poder del dinero, es ahora ya la Europa de dos carreras diferentes en el conocimiento de las noticias, de los sucesos que incomodan, de la realidad que palpa nuestra puerta y que araña su barniz. Hay dos velocidades en las noticias y se comprueba en Internet. Que no nos vengan con que la prensa está en crisis, porque más bien parece que ya no se enfrenta al mundo o lo esconde y se acomoda ante el poder de las encuestas. Nunca ha mandado tanto el lector de bajo nivel -y menos el escritor ni el pensador-, una caterva de lectores en dispositivos móviles, de prensa que respeta lo políticamente correcto y de gentes que está entretenida en su comodidad o en sus afanes, que no permiten que las guerras o los conflictos se asomen a sus vidas. Esos, los lectores apresurados de hoy, sin apenas tiempo para unir dos oraciones coordinadas, son los que mandan y a quienes se sirve como a príncipes.

Al final uno comprueba que las noticias se pierden como niños de cinco años en una plaza, que deambulan buscando lectores, sin webs que las atrapen; noticias que hablan de las transformaciones sociales en Europa, de sucesos graves que son ocultados, como se oculta la presencia de un amante. Eso sucede ahora y acaso no sucedía hace bien poco tiempo. ¿Sabe alguien por qué y qué diablos sucede, cómo se seleccionan noticias hasta ocultar las que incomodan? Acaso no hay respuesta o si la hay deambula en esa carretera infinita de las webs que se pierden en vericuetos sin lectores, en ese laberinto en el que la noticia busca su salida y halla al fin un espíritu curioso que la atrapa.