El Papa y sus consejos de avión

El Papa Francisco, regresando de la JMJ/Filippo Monteforte/ EFE

El Papa Francisco, regresando de la JMJ/Filippo Monteforte/ EFE

Por María Luz Simón González

Hasta donde yo sé en el avión se debe ir sentado, era estupendo cuando el avión lo usábamos igual que los autobuses para montar un buen jolgorio fumando, cantando y hasta bailando. A día de hoy, ni los borrachos cantan en ninguna parte y hemos tomado conciencia de que las medidas de seguridad en los transportes no se disponen por ningún capricho burocrático, sino que buscan reducir el riesgo en nuestros desplazamientos. Pero al Papa le gusta montar sus ruedas de prensa en el avión, debe ser para que admiremos su capacidad de trabajo o, tal vez, que se inspira estando más cerca del cielo.

Hace unos días, viniendo de Cracovia, realizó unos comentarios dignos de mención: “No debemos hablar de violencia islámica ya que también hay católicos que realizan actos violentos y tendría que hablar de violencia católica”. ¿Qué pretende con esto?, ¿Minimizar el problema de la violencia contra católicos realizada por islamistas? ¿Acaso cree que eso puede disminuir la brecha entre esas mentes criminales e intolerantes y los ciudadanos libres que luchan por mantener sus espacios de paz y convivencia cívica alzando sus plegarias a Dios en una iglesia católica?.

Claro que se puede hablar de violencia católica, la que ejerció durante siglos la Inquisición, la que puso a los judíos de toda Europa en el punto de mira de cada protesta popular, o quizá su propia violencia, Su Santidad, por omisión, por no entender que si tenemos un cáncer en el hígado tenemos un cáncer hepático aunque la mayor parte de sus células estén sanas y tendremos que erradicar esa parte del hígado enfermo para poder salvar la función hepática antes de una diseminación total que acabe con la vida del paciente.

El problema de los líderes religiosos es que corren el riesgo de convertirse en sepulcros blanqueados con mucha facilidad y transformar el poder que se les otorga, para enseñar el camino hacia nuestro particular “castillo de diamante”, en poder para pastorearnos hacia cualquier castillo ajeno a Dios. Después de ver tantos sinceros devotos a sus pies quizá pensó que hablar de florecitas es mejor que hacerles tomar conciencia de la complicada pero imperiosa necesidad de poner todo el poder de los países libres al servicio de la eliminación radical del Daesh, con su núcleo central y cada una de sus metástasis.

He rezado en iglesias católicas y ortodoxas, en mezquitas y sinagogas y he compartido ese espacio con los que allí acudían como su forma de llegar a Dios. No creo que ningún ser humano, del tiempo o lugar que sea, luche sinceramente por derribar los obstáculos que en su alma le separan de Dios y salir con una espada, una bomba o un camión para destruir a los que no tienen capacidad de sentir la misma dicha que él ha disfrutado o que simplemente discurren por la tierra con un polvo distinto en la suela de sus zapatos.

No se trata de estimular la violencia entre religiones pero es inadmisible dejar estos actos terroristas como algo independiente de la religión. Hemos creado espacios de libertad, de conciencia cívica, de respeto a las cosas y a las personas, hemos abandonado la obligación de los ritos religiosos y ahora, cuando creíamos conquistada nuestra capacidad de elección del mundo que queríamos soñar, vienen unos asesinos para hacernos ver lo débil que es nuestro mundo y lo hacen en nombre de Dios con las formas propias del pueblo musulmán, como devolviéndonos a un mundo que creíamos aniquilado por la civilización.

Mire, su Santidad, no minimiza el dolor ni la preocupación del pueblo que debe orientar, soslayando la relevancia de unos terroristas islámicos que podemos albergar en cada esquina. Las batallas se libran de frente, estudiando al enemigo, su estrategia, su motivación, su armadura, pero si nos confundimos de pendón podemos atacar a quien no le corresponde.

La paz nos encontrará hablando, pero los terroristas perdieron el don del diálogo, sus objetivos traspasan las personas como la luz un cristal, se encuentran en utopías intolerantes que construyen futuros de muerte en nuestro presente, y mientras sean incapaces de caminar hacia su interior y acercarse un poquito al Dios que dicen defender, nos deben encontrar preparados para acabar con ellos.