Sonrisa eterna

Por Félix Jacinto Alonso Holguín

Los chistes que corren por las redes sociales son buenos, malos y, para algunos de nosotros, los de Nandi. Nuestro amigo cuenta o escribe determinados hechos que, si no eres de Valladolid o desconces a la criatura, pueden resultar ciertamente raros. Otras veces relata cuestiones muy serias y, como tal, ha ocurrido la otra mañana.

Leer el periódico es casi una obligación diaria; consultar las redes sociales, a falta de un diario en condiciones de tu pueblo, constituye una mayor. Y esa mañana ha resultado dolorosa, muy difícil para algunos de nosotros. Nandi subió una noticia; Chema comentó la misma y acto seguido usé el ordenador de bolsillo, llamado móvil:

-Chema, ¿es verdad eso que dice Nandi?
-Sí, Jacinto, así es...

Acabamos la conversación entre frases muchos suspensivos y más de una porción de niebla en cada uno de mis ojos. Soy tendente a tener “conjuntivitis”, ya gracias al cloro de las piscinas, ya debido a malas noticias.

He llevado -y llevo- todo el día acordándome de la sonrisa de Alberto. En Cigales (Valladolid) tenemos la suerte de ser vecinos de Alberto Sanz, Ilustrísimo Juez y Señoría de la Justicia en España. Carácter afable, buena conversación, gustaba de la buena comida y vino, en cantidades moderadas, como no podía ser de otra manera. Pelo ensortijado, eternas gafas de óptica, se desplazó a Bilbao para impartir eso que ahora llaman Justicia y que a un servidor cuesta creer en ella más de lo obligado.

Este muchacho, nuestro Alberto, estuvo allí arriba muchos años, más de uno quizá innecesario, porque nosotros, aquí en el centro, echábamos bastante de menos. Sin embargo, siendo de Cigales, a diferencia de aquellos de Bilbao, nosotros nos conformamos con poco, apreciando vivir por todo el planeta, aún siendo “chiguitos” de Cigales. Unos que ahora llaman violentos, en lugar de asesinos terroristas de forma más correcta y real, nos hacían preocuparnos por todos los conocidos que andaban por esa zona. Alberto estaba más o menos encantado en Bilbo, aun sin ser Cigales, ya que ellos tienen buena publicidad, pero como nuestro amado pueblo... entre poco y nada.

Una buena mañana estaba un servidor de ustedes en los Juzgados de Valladolid, justo en la misma puerta. Apareció Alberto con su sonrisa:

-¡Coño, Jacinto! ¿Qué haces aquí?
-Alberto, vestido así... -reíamos los dos: un amigo ve a otro vestido de Guardia Civil en la entrada de un Juzgado...

¡Por fin había dejado Bilbao para los de allí! Muy agradecidos todos nos, porque disfrutar de Alberto y su sonrisa... ¿egoístas? Ni mucho menos, que ya tuvieron ellos su parte unos años.

De bueno que es Alberto, cuando tocaba su cumpleaños, invitaba a todo su juzgado a almorzar. A falta de una bodega en la capital, funcionarios de ambos sexos cantaban eso de los años en un bar, para asombro de desconocidos, sin distinguir quién era del Juzgado o no el titular . Formó un Equipo excepcional allí donde estuvo. He intentado recordar algún momento “raro”... y no, de ninguna manera, siempre estaba sonriendo.

Ha batallado unos cuántos años con una mala enfermedad. Al final sonreía desde la silla de ruedas. Ése es Alberto Sanz y ésa es su sonrisa. ¿Cómo no iba Dios a querer llevar consigo? De tantos males que están pasando en la Tierra, alguno tenía que ir arriba al Cielo a sonreír.

Me niego a decir adiós, querido amigo y señor. Desde un poco más allá de nuestro pueblo, miro al cielo. Alberto, siempre recuerdo tu sonrisa. Haz saber allí arriba que te echamos de menos y que en Cigales somos generosos. Compartimos con Bilbao tu sonrisa... ¡qué menos con el Cielo! Da un abrazo a todos que, si Dios quiere, en años nos vemos.