Patafísica

Por Javier Marín Fandos

La Patafísica, es una disciplina paródica y surrealista, encargada del estudio de las soluciones imaginarias y de las leyes que regulan las excepciones. Alfred Jarry fue el precursor de la patafísica con su obra, Gestas y opiniones del Doctor Faustroll, patafísico. Hijo literario de Jarry es también Ubú, su personaje más conocido e influyente, que Albert Boadella tomó prestado para poner en ridículo a Jordi Pujol hace ya unas décadas. Boadella consiguió su objetivo y también el cabreo del Molt Honorable.

La Patafísica no ha sobrevivido al glorioso siglo XX. Para la mayoría, nunca ha pasado de ser un entretenimiento para vagos y diletantes intelectuales. Por lo demás, da la sensación de que, como muchas otras cosas, el mundo digital se ha llevado por delante a la Patafísica y a los patafísicos. Pero su actualidad en este verano de 2016 es innegable.

Notoria excepción en la serie histórica electoral de España es el resultado de nuestros últimos comicios generales. No sé si la Patafísica podría venir en auxilio de nuestros políticos, pero visto el espectáculo político que se nos ha brindado, no es descartable que haya que recurrir a semejante auxilio.

Excepción notable, sin solución esperada ni esperable, ha sido la convocatoria y el resultado del Brexit. El origen francés de la Patafísica bastaría por sí solo para invalidarla como posible remedio, aunque tal vez podría actuar como bálsamo para líderes caídos en todos los bandos.

No menos excepcionales son los dilemas y trilemas a los que se enfrentan los partidos políticos que han obtenido representación, ahora que toca sudar la camiseta para alcanzar algún tipo de pacto que ahuyente el fantasma de unas terceras elecciones.

En un ya lejanísimo 1987, cuando la Patafísica aún tenía alguna posibilidad, Camilo José Cela, en su discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias, pronunció una frase que ha hecho fortuna, seguramente porque revelaba una tremenda verdad. En España, el que resiste vence, dijo el que después de mucho resistir alcanzó la gloria del Nobel. Mucho se ha repetido después la desgraciada sentencia y muchos seguidores ha cosechado, sobre todo entre la clase política.

En España, parece que lo importante no es el valor añadido que aporta el trabajo individual o colectivo, lo verdaderamente importante es que el individuo o el grupo se deje la piel en ese trabajo y que resista en su puesto, inasequible al desaliento. Últimamente, se diría que los asesores de nuestros políticos son dermatólogos, porque dejarse la piel es esgrimido por todos ellos sin excepción como el valor supremo de la virtud. Todos dicen habérsela dejado en la campaña electoral y algunos prometen hacer lo propio en el periodo de pactos postelectorales. Parecen olvidar que muchos ciudadanos somos de la opinión, igualmente respetable, de que nada hay más peligroso que un tonto o un delincuente muy trabajadores.

El trabajo ciego y la resistencia infinita parecen haberse convertido en la piedra filosofal. Durante las últimas campañas electorales, y ya van unas cuantas, hemos visto sucesivamente a Sánchez, a Iglesias y a Rivera dejarse la piel una y otra vez en un desesperado intento de despellejar a un Rajoy, que numantinamente ha resistido todos los embates, manteniéndose a flote como Ricardito, el del cuento. En el último año y medio de campaña electoral permanente que España viene sufriendo hemos escuchado en mítines de todos los colores políticos a unos candidatos que, a falta de propuestas concretas, exhibían, algunos con obscena ostentación, el número de horas trabajadas, las noches perdidas o los fines de semana hurtados a la vida familiar, como si de la dimensión del sacrificio y del sudor vertido dependiera nuestro voto.

Recuerdo a un candidato de séptima fila en un partido de cuarta, haber repetido hasta la saciedad el número de veces que había recorrido la piel de toro conduciendo él mismo su propio coche. Ese mismo candidato se daba el homenaje a mitad de campaña de hacerse un selfie en un box de urgencias, tras haber sufrido un amago de jamacuco por exceso de trabajo y mala alimentación. Gran injusticia es sin duda que el tal candidato se haya quedado al final sin escaño.

No está en el espíritu de la Patafísica ni esa desmedida laboriosidad ni semejante actitud resistente, pero tal vez estas dos tácticas vencedoras tan vigentes podrían ser objeto de estudio para la ciencia derivada del surrealismo. En el escenario de los pactos improbables, imposibles o simplemente excepcionales, podrían confluir un Cela y un Jarry, tal vez observados por un agudo Boadella, para asesorar con grandes dosis de imaginación a los cuatro jinetes del pocalipsis, en la difícil tarea de descifrar las causas últimas de las leyes que han venido a regular el estado de excepción en el que nuestros políticos se afanan, dejándose la piel, en el pertinaz intento de convencernos de que ellos son nuestra única y última esperanza.