El riesgo de enseñar y el riesgo de la enseñanza

Por Manuel Asur

A lo largo de mi vida académica, siempre ocuparon mi atención dos cuestiones que ningún profesor fue capaz de explicarme entonces: ¿en cuántos lenguajes es posible expresar el mundo y cómo pueden ser interpretados? Ahora lo sé. En el mundo en que vivimos sólo son posibles dos lenguajes, el matemático o lógico y el de las metáforas o analogías. Y la manera más plausible para interpretarlos es a través de la Filosofía, del análisis y la Crítica Filosófica.

Estoy persuadido de que todos los estudiantes, de muy diversos modos, poseen interrogantes de esta naturaleza. Y que gran parte de sus éxitos y fracasos dependen del tipo de respuesta que obtengan de sus profesores. Dicho de otra manera, un alumno, cuanto más hastiado, aburrido e indolente se manifieste frente a la necesidad de cualquier conocimiento, más demanda o le apremia una respuesta. Una respuesta derivada de preguntas que tal vez apenas sepa formular correctamente. Y por tanto, haya decidido ignorarlas, para entregarse, si puede, a buscar resultados más inmediatos, como aprobar para evitar disgustos familiares. Esta orientación, que nace del temor, es tan nociva que no sólo condena a la mediocridad por vida a multitud de profesores; también es, como sabemos, causas de muchas tragedias personales, incluso de suicidios entre el alumnado. Creo así indicar uno de los más altos riesgos que ha de enfrentar la enseñanza y quien enseña.

Siempre cabe preguntarse si donde hay malos estudiantes, hay malos profesores. Y si los males del sistema educativo son los propios males de quienes los elaboran. ¿Cómo es posible que personas, de quienes se supone un alto grado de cualificación, elaboren programas de tan baja calidad? Los políticos acostumbran a escudarse en el consenso para escurrir el bulto y quienes más saben no suelen participar en él. Lo mismo sucede con las reforma de las administraciones públicas. Alejandro Nieto, catedrático de Derecho Administrativo, persona entre las más competentes de España en tales menesteres, cuando era presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, elaboró un programa para la reforma de la Administración Pública. Fue relevado de su cargo cuando gobernaba Felipe González.

La vieja pregunta platónica sobre si la virtud puede ser enseñada sigue vigente. ¿Puede ser enseñada la bondad, la generosidad o el amor al conocimiento? creo que nadie lo sabe. Pero sí que ninguna enseñanza, en rigor, es posible si no sirve para formar individuos con criterios independientes, capaces de descubrir las verdades por su cuenta. O como dice un amigo mío de cuyo nombre doy cuenta a continuación: "quienes poseen temperamento matemático, cuando tienen un mal profesor, fracasan".

Temperamento matemático lo define Antonio González Carlomán, uno de grandes matemáticos españoles de todos los tiempos, residente en Oviedo, y con una importante obra absurdamente mal publicada, de la siguiente manera: "facilidad en el discurrir. Y la primera condición del discurrir es la independencia, esto es, evitar que los demás discurran por uno".