James Rhodes

El pianista  londinense James Rhodes/ Youtube

El pianista londinense James Rhodes/ Youtube

Por Blanca Francés de Velasco

El escenario, enorme, ocupado solamente por un piano de cola, tapa abierta; iluminado su interior por un foco, potente, cálido, proyectado desde algún lugar del techo.

Aparece por una puerta lateral un hombre delgado, vaqueros y camiseta negra, zapatillas de bota, bonitas. Negras. Joven, aunque quizá no tanto, desde aquí su pelo parece gris, pero será moreno salpicado de canas. Revuelto, un poco al estilo Tornasol, pero sin entradas. Gafas.

Estamos tan arriba que he sentido algo de vértigo al entrar. Más bien por la distancia vertical entre cada fila. Buena medida para que nada te impida ver la totalidad del escenario desde cualquier lugar del auditorio.

Hay algo en sus maneras, no es una pose, que resulta cercano. Él quiere entrar en tu vida. (¿quiere ser aceptado?) Y entra. Se sienta al piano. Intervalo. Teclado expectante. Sólo blanco y negro.

Me pregunto si utilizará esos segundos para marcar el ritmo en su cabeza antes de empezar, como nos han enseñado. O quizá rememora algo que le lleva a la primera vez que escuchó ese tema. Recall. Puede que ambas cosas, por la forma en que se abandona al interpretar, por cómo suelta, de vez en cuando, el brazo que no toca.

Aquí y en los finales, pegadas las yemas de los dedos a la base de las teclas, quizá sí hay algo de pose como parte de su intención de acercar la música clásica a los profanos. ¿Exagera los finales para ayudar al público lego a entender que ha terminado? Antes de cada pieza se levanta, micrófono en mano y explica qué, por qué y cuánto, de cada pieza. Acercándose él, nos la acerca.

Luego interpreta, con la vida. Sólo existen él y el piano.

Los dedos vuelan, saltan; en realidad se zambullen en el mar negro y la espuma blanca. El teclado, antes enorme, ahora exiguo, casi tacaño.

Negro y blanco.

Cómo no valorar el preludio en Do menor de Rajmaninov, si antes de interpretarlo explica que se tatuó en el brazo el nombre completo del compositor y que esta pieza fue compuesta por un Rajmaninov adolescente . La escuchas de otra manera. Y percibes la fiebre que va del niño al hombre, ora calma, ora explosión. Ira e incomprensión; rebeldía y belleza. Y vuelves a tus 17 tan fácilmente. Y ahora sí lo entiendes.

Osadía, arrogancia, avidez, furia,
alegría, frustración, susceptibilidad, ternura.
Bravura y quietud. Negro y blanco. Blanco y negro.

James Rhodes es la prueba viva (otrora a su pesar) de que nunca es demasiado tarde para casi nada. Bach salvó su vida y él, a través de Bach y tantos otros, iluminará la de muchos de nosotros.

El hombre y el piano. Dónde acaba uno y dónde empieza otro. Negro y blanco. Piano y vida. Desde el principio.