Mirar y ver

Manifestación por la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea/Sean Dempsey/EFE

Manifestación por la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea/Sean Dempsey/EFE

Por Alberto Ignacio Pérez de Vargas Luque

Del brexit a los comicios del domingo, la realidad se ha impuesto a la imaginación, incluso a la razón. Por mucho que algunos sondeos apuntasen al triunfo del brexit, no tenía sentido que el resultado del referéndum fuera el que ha sido. Que lo que supone un evidente perjuicio sea respaldado por la mayoría, no es cosa que la razón pueda asumir sin dificultad. No obstante es lo que ha pasado: la pasión y la ignorancia-siempre acechando y tan activa en asuntos complejos- han aparcado a la inteligencia.

Sin embargo era esperable lo ocurrido el pasado domingo. No lo era la baja participación, pero sí que el electorado votara con más conocimiento y sosiego que en diciembre. Ahora se sabía más y se conocía mejor a las personas. Podía percibirse con mayor facilidad la puerilidad, el populismo y la dramatización del engaño, factores a los que el resultado del referéndum británico se ha unido para poner más de manifiesto el riesgo de experimentar con champán. Otra cosa es que, obviando las declaraciones en caliente de los perdedores, domine la cordura y se permita gobernar al ganador. La inteligencia lo aconseja, pues siguiendo la lógica de la evolución del dictado de las urnas, esos perdedores podrían propiciar que ocurriera lo contrario de lo que para ellos es deseable: que el ganador acabe recomponiendo el tipo y recuperando sus viejos apoyos.

Las encuestas, simplemente, están mal hechas. Una encuesta bien hecha es fiable pero su coste sería muy elevado. Se le puede dar algún crédito a las del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), no sólo porque se diseñan y se llevan a cabo con criterios estrictamente científicos, sino porque la elección de la muestra se ajusta más a las exigencias del formalismo matemático que subyace al proceso. Las encuestas “israelitas” o a pie de urna tampoco son de fiar si se basan en preguntas directas.

Aparte de frecuentes errores de diseño y, sobre todo, en la elección de la muestra, muchos de los interrogados no dirán la verdad, influidos como están por factores sociales y circunstanciales. Las encuestas son, por otra parte y en ocasiones, instrumentos controlados por las oligarquías para producir en el elector una sensación que le induzca a optar por la alternativa que conviene a los intereses del grupo.

En una sociedad capitalista como las de nuestro entorno geopolítico, las fluctuaciones del mercado financiero suelen anunciar con regular precisión los caminos por los que deambulará la política. Si se ayuda uno de las encuestas, por imprecisas que sean, y observa con atención las bolsas y, en determinados casos –como en lo del brexit–, los cambios de divisas, se puede intuir con notable aproximación lo que va a pasar en unos comicios, referéndum o convocatoria semejante. Y desde luego ayuda cantidad recurrir al buen uso de las capacidades de que podemos suponer nos ha dotado la naturaleza, sobre todo la deductiva, que probablemente sea la menos recurrida.