Unidos podemos vencer al populismo

El candidato de Unidos Podemos a la presidencia del Gobierno, Pablo Iglesias/Luca Piergiovanni/EFE

El candidato de Unidos Podemos a la presidencia del Gobierno, Pablo Iglesias/Luca Piergiovanni/EFE

Por Manuel López Sampalo

¿Dónde quedó el pragmatismo? ¿Qué es eso de que un partido político pueda despertar los mismos sentimientos que un equipo de fútbol? La apelación a los sentimientos ha jibarizado el uso de la razón a la hora de hacer y de entender la política. En Europa estamos inmersos en una ola populista y nacionalista, que como el Zika viene, o mejor dicho, ha sido importada de América Latina. Inversamente, Latinoamérica abre los ojos y se desprende del yugo dictatorial que les ha sido impuesto por auténticos tiranos (el peronismo argentino de Evita, Cristina y compañía; el régimen de los barbudos castristas, el chavismo venezolano, Lula y Roussef en Brasil, 'el chino' Fujimori en Perú ...). Se abren las ventanas y llega el liberal Macri al poder en Argentina; Kuczynski vence al populismo en el país de Vargas Llosa; Maduro pierde el poder en la Asamblea Nacional Venezolana y está contra las cuerdas; los Castro se ven obligados a abrir las puertas a la democracia; Evo Morales pierde el apoyo popular; Dilma está muerta políticamente...

El caso es que ha arribado el virus populista (el nacionalista ya vivía con nosotros, pero ha despertado de su letargo al olor de la fuga de capitales económicos) al viejo continente; probablemente aprovechando las crisis (económica y migratoria), se produce un enardecimiento de las masas, una apelación visceral y sentimentalista (que no sentimental). No se conocía un caso tal (de populismo) en Europa desde el año 1933 cuando los alemanes decidieron hacer Canciller al austriaco psicópata. La última gran matanza nacionalista se extendió durante la década de los 90 en los Balcanes; sin olvidar el guadiana homicida del hacha y la serpiente en España, y Francia en menor medida.

Esta canalización de los sentimientos negativos y la baja moral ante las crisis son aprovechados a la perfección por los populistas: la extrema derecha, la extrema izquierda y los nacionalistas. Son auténticos expertos en emerger en los momentos de depresión para vender humo y apelar a los sentimientos más bajos del ser humano. El populismo es prometer el oro y el moro; es la solución sencilla a los problemas muy complejos; es el pastoreo del redil manipulado educativamente (y exento de cultura) desde la más tierna infancia. El populismo es un algodón de azúcar sin consistencia alguna: acerquen al calor uno de esos palos rosáceos a ver qué pasa, arrimen el populismo al poder y el resultado será idéntico.

El mesías redentor, el Moisés pastor capaz de separar las oceánicas aguas, el de la sonrisa en campaña se convierte en un sátrapa totalitarista cuando llega al poder. El caudillismo, el culto al líder es muy propio de estos movimientos: desde Le Pen, hasta Boris Johnson, pasando por Beppe Grillo o Ada Colau.

Muy típico de estos serviciales seguidores, de estas adhesiones inquebrantables, de este fenómeno fan de seguir a un partido político como si fuese un equipo de fútbol es la nula capacidad de elaborar argumentos en defensa de sus convicciones, solo son capaces de escupir de memoria sentimientos inoculados.