España se divide

Los candidatos políticos en el debate a cuatro.

Los candidatos políticos en el debate a cuatro. TeleCinco.

Por Manuel Fernández Lorenzo

Se habla con preocupación en los últimos tiempos del resurgir de las “dos Españas”, de la tendencia a la polarización extremista de la vida política, del abandono de la moderación, etc. Por ello es muy importante tener claro quién gobernó España en las últimas décadas.

Si tomamos como referencia los modelos clásicos, diríamos que el poder político vigente hasta hace poco en nuestro país resultaba de un régimen mixto en el que se conjugan la oligarquía con la democracia. Pues, por una parte, la participación política estaba prácticamente restringida a dos grandes partidos ampliamente mayoritarios por el voto que recibían de los ciudadanos. Dicho poder oligárquico, estaba limitado o moderado por el voto popular, por lo que en parte se puede decir que el pueblo tiene los gobernantes que se merece. Pero en parte no, pues el carácter cerrado y fuertemente centralizado de las listas electorales hace que las elecciones hayan sido una especie de plebiscito entre dos dictadores impuestos por las cúpulas de los grandes partidos. De ahí que sea muy difícil la renovación de los dirigentes y mucho más difícil la llegada de dirigentes poco dados a la reverencia y la adulación de los que en un momento dado ordenan y mandan.

Con el paso de los años y de las décadas se ha consagrado, de modo inevitable, una casta política cerrada que, además, tras el control de la cúpula del poder judicial por cuotas partidarias, llega a ser de hecho irresponsable ante los poderes judiciales ordinarios. Pues la dificultad de un control jurídico independiente hace que se haya creado un maridaje con los sectores económicos tendente a la concentración financiera en grandes grupos bancarios, de todos conocidos, los cuales tratan de gobernar indirectamente las grandes empresas que más dependen de las decisiones políticas para su crecimiento y desarrollo.

Como todo esto es difícil de vender para la mayoría que, por definición, no pude disfrutar de los privilegios oligárquicos, se precisa de un control riguroso de los medios de comunicación, lo cual se lleva a cabo entre la casta política que monopoliza las licencia de TV y radio y los grupos bancarios que ponen la inversión necesaria para tan costosos medios. Así se cierra un círculo en el que se da una apariencia de plena democracia y pluralidad que no responde mucho a la realidad.

En esta situación no se da propiamente la separación de poderes que caracteriza a las democracias liberales, pues el Rey, que reina pero no gobierna, es prácticamente sustituido por el Presidente del Gobierno, el cual, como cabeza de la mayoría, controla a un Parlamento que delibera (cada vez peor, dada la mediocridad de sus señorías), pero deja la tarea legislativa en manos de las cúpulas partidarias.

Por último, la justicia está fuertemente politizada. La única separación de poderes real y efectiva que estableció la actual Constitución es la separación entre los poderes centrales y regionales o autonómicos.
Dicha separación es la que está abriendo la grieta que divide a la oligarquía actual, pues el puesto de balanza del poder que debían desempeñar partidos centristas liberales, como ocurre en Inglaterra o Alemania, lo han desempeñado las minorías separatistas. Por ello la brecha frente a la oligarquía se ha producido en la única separación de poder realmente existente, la de los poderes autonómicos y el central, que ha llevado, ante las situaciones de empate entre los dos grandes partidos, a buscar el desempate apoyándose en las minorías nacionalistas.

La cosa empezó con Felipe González, continuó extendiéndose con Aznar y parece que ha alcanzado un punto de no retorno y de ruptura del sistema con Zapatero y Rajoy. Por no aceptar un árbitro centrista y liberal que permitiese regenerar el sistema, cambiando los usos políticos y judiciales para limitar los abusos económicos, se ha acabado alimentando un árbitro monstruoso, el fanatismo separatista, apoyado ahora por Podemos, que puede llevarse por delante, no sólo el tinglado oligárquico, sino la nación española misma, en su identidad y unidad. Todos se acusan entre sí (tu quoque) y no se acaba de comprender que la culpa es del sistema político que urge ser reformado.

Dicha peligrosa división puede trasladarse al electorado popular, la otra parte que permite controlar, aunque en menor medida, como hemos visto, a la oligarquía partidaria. Aristóteles ya previó este modelo político de mezcla entre oligarquía y democracia. Más posibilista que Platón, lo tuvo por un modelo válido, siempre que la oligarquía fuese capaz de controlar sus excesos. Pero lo que observamos en el caso español es que una parte importante de la oligarquía no es capaz de controlar su deseo irrefrenable de estar en el machito, estando dispuesta incluso a romper la Constitución. De ahí que la crisis en la que estamos entrando será profunda, si no se detienen tales excesos.

[Manuel Fernández Lorenzo es profesor de la Universidad de Oviedo]