Vuelve la música a Las Comendadoras de Santiago

Por Ángel Zurita Hinojal

Las Comendadoras de Santiago dan nombre a la madrileña plaza sobre la que recae la fachada principal de su Real Monasterio, que ocupa una manzana completa en el barrio de Universidad (por la otrora Central, de la calle de San Bernardo, antes que la moderna Complutense).

Por decisión de Felipe IV, el convento se habitó por monjas procedentes del Santa Cruz de Valladolid preferidas a las del Santa Fe de Toledo. Su iglesia data de medio siglo después y, valores arquitectónicos aparte, su tesoro más señalado es la obra de Luca Giordano que sobrecoge en el presbiterio, no sabría decir si más por lo épico que por lo espiritual, congelando el sublime instante de la trascendental intervención del Apóstol Santiago El Mayor en la derrota de la morisma en la batalla de Clavijo que, leyendas aparte, debió acontecer en 844. Año en el que los cristianos del ogaño reino visigodo decidieron anunciar a sus huéspedes forzosos -yihadistas de entonces- que les quedaban 648 años de decadencia.

Pero a lo que iba. El tiempo y los avatares condujeron a la decadencia de la fundación y a la degradación del edificio que sustenta el monasterio, lo que en tiempos ya contemporáneos hizo presente la única alternativa de ruina o rehabilitación. En lo segundo se está desde hace demasiados años y en ello se progresa del único modo posible, avanzando.

En este 2016 desconozco el estado real de la rehabilitación del conjunto, aunque, consciente de que un factor determinante es el de la Providencia, me propongo concretarlo. En su 17 de junio lo he hecho con la de la sacristía -más que tal, se me antoja otra iglesia aledaña a su matriz- que me parece insuperable. Lo primero que se me vino a la mente fue un pastel recién sacado del horno.

La ocasión fue un concierto coral programado para recaudar fondos (10 euros por deleitado) para la financiación de lo mucho que queda por rehabilitar. Según el folleto, Emanuela Gambini, la arquitecta que desde muchos años atrás dirige al equipo rehabilitador, reserva imaginación y fuerzas para otras actuaciones orientadas al mismo fin, que es la culminación de su proyecto.

En ese contexto, unas pocas decenas de afortunados hemos vivido un concierto del Coro Sintagma en el marco insuperable de la referida sacristía. Lo componen unas quince voces, con entrega solo explicable por la pasión de su director, Tadeo Ruiz. Se creó en el otoño de 2015, pero para el espectador más profano le es inevitable concluir que lo que sintió es obra de años. Magníficamente elegida para recorrer un tiempo de no menos de 400 de aquellos años desde antes de que el Monasterio fuera imaginado, en el Renacimiento (Pase Agoa (anónimo galaico-portugués) y Amicus Meus (Tomás Luis de Vitoria), pasando por Hear my prayer, oh Lord de Henry Purcell, Ave Verum de Listz, En la noche silenciosa de Bramns, Abendlied de Josef Rheinberger, Dieu Qu´il a faut bon regarder de Debussy, Veni Emmanuel de Zoltan Kodaly, para concluir con Señor, me cansa la vida de José Alfonso García y Volar de Sanz Vélez inspirada en una canción popular de La Montaña.

La excelencia del Coro y la empatía de su Director propiciaron otras tres piezas “de regalo”, la más celebrada a partir de Negra Sombra de Rosalía de Castro.

La aportación de la Madre Rosario, Priora del convento completó una tarde pintiparada para hacer olvidar las marejadillas que agobian al resto de los moramos en el mundo, excluida ella y sus compañeras. Lo malo es que a la salida los más corrimos a sentarnos frente al televisor para teletransportanos a Niza, donde once mocetones en calzoncillos se disponían a dispensar al turco una contundente lección de fútbol.

Así que ¡Santiago y Cierra España!

¡Ah! Según el folleto entregado a la entrada, los ángeles que nos deleitaron se llamaban: Alicia Achaques, Javier Agudo, Juan Carlos Coronel, Clara Corrales, Laura Fernández, Alejandro Gómez, Begoña Gómez, Víctor Martínez, Lydia Pedro, Javier Povedano, Mónica Redondo, Reyes Rodríguez y Clara Thornton. A mí me parecieron más.