La religión es el opio del pueblo y el pueblo el opio de Marx

Por Manuel Asur

El conocimiento humano se parece a la voluntad en que siempre ha de vencer una resistencia. Sin la resistencia del aire el pájaro no vuela. ¿Cuántos obstáculos nos impiden conocer la verdad o entender con certeza? Según Francis Bacon (Inglaterra, 1561-1626) son cuatro: los ídolos de la tribu (idola tribus), los ídolos de la caverna (idola specus), los ídolos de la plaza del mercado (idola fori) y los ídolos del teatro (idola theatri). Los cuatro están relacionados entre sí, pero a nosotros nos interesa hablar sólo del segundo, idola specus o de la caverna.

Los ídolos de la caverna son consecuencia del temperamento, la educación, lecturas e influencias que nos llevan a contemplar el mundo a la luz de nuestra propia madriguera o caverna (la Caverna de Platón). En consecuencia, la luz del día no la observemos tal cual es, sino falseada por nuestra condición humana. La palabra “ideología” lo describe. Las ideologías son ideas deformadas por los intereses de grupo o partido o por sentimientos y fervores que a veces forman una patología confusa, difícil de desentrañar.

Bacon pretendía proteger la religión, las sagradas escrituras, de supersticiones y desviaciones teológicas y de las ideologías. No pudo imaginar hasta qué punto la palabra idola iba a ser traducida al francés con un significado tan dañino para la moral que él combatía. Fue traducida por “prejuicio”, en su sentido psicológico. Un prejuicio no es un error, porque un error se corrige con conocimientos nuevos. El prejuicio conlleva una carga emocional que lo hace irreversible. Los pensadores franceses, sobre todo Holbach y Helvetius, le dieron esta orientación psicológica que habría de acarrear nefastas depuraciones.

Para la Ilustración francesa, la lucha por la verdad y contra las supersticiones no sólo es un problema del conocimiento y de la lógica, sino un asunto político, porque − sostenía −, tanto al estado como a la iglesia les interesa una población dominada por los prejuicios. La lucha de Bacon por una religión verdadera se convierte, especialmente en Francia, en lucha por un estado verdadero. De esta manera, el concepto de idola pasa a ofrecer, grosso modo, unos servicios diferentes a los teológicos. Servicios ajenos a la búsqueda de la pureza divina en la sagrada Biblia, ya que “la sociedad civil descansa en la autoridad, la tradición, la gloria y las opiniones, no en las demostraciones”, había escrito el autor del Novum Organon. Naturalmente, la Biblia es una revelación, no una demostración.

Todo el legado crítico francés del siglo XVIII fue recogido por la filosofía idealista de Hegel. Y luego, en su crítica a Hegel, por su discípulo Carlos Marx. Marx convierte el idealismo de su maestro en materialismo, lo pone cabeza abajo, lo transforma en filosofía social. Fue así como el concepto de idola se redujo a un nuevo significado. El primero fue teológico, el segundo psicológico y ahora va a ser sociológico. Reducción intuida de algún modo por Bacon cuando cita a Heráclito: “Los hombres buscan la ciencia en sus pequeñas y particulares esferas y no en la gran esfera universal”. Y añade: “El espíritu humano se siente inclinado a suponer en las cosas más orden y semejanza del que en ellas se encuentra (...), las mezcla con sus pasiones y voluntad, pues la verdad que más admite el hombre es la que desea”. El deseo de Marx era la revolución.

Este deseo, mezcla de pasiones doctrinales y voluntad, impregna el reduccionismo sociológico de las ideologías del siglo XIX. Reduccionismo cuyo modelo podemos extraer del autor de El Capital: “La religión es el opio del pueblo”. Bacon le respondería: La religión es el opio del pueblo, porque el pueblo es el opio de Carlos Marx.

Un opio populista recorre hoy los campos y ciudades de España. Algunas naciones extranjeras también están interesadas. ¿Será pronto España un granero para dictadorzuelos y mezquitas?

La enseñanza de la Historia de España, de la última centuria, no ha llegado a las nuevas generaciones del paro. Y como la naturaleza aborrece el vacío, ha de llenarse con pasiones y emociones que otrora fueron semillero de cambios y revoluciones. Mas hoy esas afecciones adoptan una especie de arrogancia disfrazada de laicismo. Las generaciones del paro van a ser los motores del mismo. Tiene mucho de espejismo. Pero no son culpables. Desde la Transición, los sucesivos gobiernos perdieron el control y la coordinación del sistema de enseñanza. Especialmente de la enseñanza de la Historia de España. Las ideologías y los intereses bastardos la deformaron.

Ahora estamos pagando el precio. Triunfa la sociología, el reduccionismo anacrónico, la anécdota (y tú más) pasa como un saber. La crítica filosófica y la filosofía fueron marginadas y Francis Bacon vive desterrado en el Valle de Josafat. Entramos en un tiempo de ira. La ira de los ídolos de la caverna.