Los límites de la democrácia

Sigue las elecciones en directo: La economía manda a horas del debate a cuatro

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Por Manuel Fernández Lorenzo

El filósofo español Ortega y Gasset pedía que se reformase la Universidad creando una Facultad de Cultura porque el aumento del especialismo científico llevaría a la aparición de un nuevo tipo de barbarie, la del “bárbaro especialista” que sabe mucho de una cosa y nada, o casi nada, del resto. Por eso hoy, en la época del especialismo, un título universitario no es señal, como antaño, de cultura. Pero no parece que en las reformas de la Universidad española que se hicieron en las últimas décadas democráticas se haya tenido en cuenta la opinión de Ortega sobre la Universidad, ni parece que se la vaya a considerar en los cambios que se nos están echando encima para homologarnos en Europa.

Por ello no nos queda otra salida que hacer de francotiradores ocasionales para deshacer algunos entuertos de cultura general filosófica, como ese de que los problemas de la democracia se arreglan con más democracia, que tanto entusiasma a los partidos demagógicos. En primer lugar, poner límites a la democracia no es ir en contra de la democracia, sino todo lo contrario, pues se trata, en el caso del liberalismo democrático, de evitar aquellos excesos que la puedan destruir.

Es cierto que la democracia absoluta y directa es la primera forma de democracia que existió, la griega en la que no había división de poderes ni por tanto limitación alguna de la asamblea de ciudadanos. Pero por lo mismo se puede decir que el que hoy sigue entendiendo la democracia de esa manera es un principiante en asuntos democráticos.

Las democracias modernas, históricamente existentes, no se entienden sin el liberalismo, sin Locke o Montesquieu. Incluso en la época de Kant se llamaba “republicano” al que era partidario de la limitación de los poderes reales. Hoy “republicano” en España es el que rechaza la monarquía en todas sus variantes. Pero como contrapartida existen muchas repúblicas que no son democráticas.

Fue precisamente el marxismo quien asoció la república con la dictadura del proletariado, aunque pensase que tras la dictadura necesaria para la transición vendría la democracia real y auténtica. Pura utopía como nos demostró la experiencia soviética

Pero el marxismo infravaloró los fuertes indicios, que captaron mejor los filósofos positivistas decimonónicos, que apuntaban a la superación de las sociedades modernas, por una sociedad científico-tecnológica que conseguiría, como así fue por primera vez en USA en tiempos de Kennedy y sus sucesores, que el proletariado se integrase en la clase media comenzando a disfrutar de coche, lavadora, acceso a la educación, etc., lo que después se extendería a Inglaterra, Alemania, Francia, con el Plan Marshall, llegando a España en la época del SEAT 600 y el despegue industrial de los Planes de Estabilización. Dicha integración del proletariado no sería estable sin la democracia liberal, que es la que, mal que bien, trata de aclimatarse en España en las últimas décadas desde la llamada Transición.

La socialdemocracia nórdica, que hoy añoran algunos, fue una adaptación del marxismo al keynesianismo para diferenciarse, durante la Guerra Fría, del Socialismo Soviético. Pero, tras la caída del Muro y la Globalización, los partidos socialdemócratas, o se hacen liberales, o son arrastrados por el descrédito de la utopía marxista.

En tal sentido los intentos de, en vez de seguir sacando decimales del modelo socialdemócrata, crear una nueva izquierda, como se está viendo desde el zapaterismo, apoyándose en las minorías, sexuales, regionales, etc., están poniendo en peligro la unidad de la nación española y del sistema nacional industrial duramente conseguido.

Ciertamente, toda una generación que ha sido adoctrinada en la lectura de Marx y sus epígonos difícilmente puede pensar de otra manera. Si en España se hubiese leído más a los positivistas clásicos, al Conde de Saint-Simon, a Comte , a Stuart Mill o a Spencer, se podía recuperar la Idea de que la sociedad tecnológica que ellos soñaron, y en la que nosotros vivimos, no tiene porque seguir siendo sometida a nuevas revoluciones, sino que lo que tiene que hacer es, conseguida la paz social, estabilizarse, mirar al exterior y tomar conciencia de lo mucho que la civilización moderna ha conseguido.

Dichos positivistas hablaban de una Sociedad Orgánica en el sentido en que hoy se habla del Sistema. En dicha sociedad la derecha y la izquierda pueden tener diferencias siempre que no pongan en cuestión las bases de acuerdo del mismo alcanzadas tras muchas luchas. Una de estas bases es la democracia liberal. Pero hoy el Sistema Occidental está seriamente amenazado por el islamismo anti-liberal. Para hacer frente a ellas se necesita más inteligencia y menos doctrinarismo. Por ello, por favor, que no me vuelvan a hablar de revolucioncitas, ni de democracias puras, absolutas, sin freno ni limitación alguna.

*** Manuel Angel Fernández Lorenzo es profesor de la Universidad de Oviedo.