Mentiras criollas (y españolas)

Por Sigfrido Samet

(Segunda parte)

Aristóteles enseñó (Sobre la generación y la corrupción) que el mundo sublunar es corruptible.

Todos los partidos “luchan contra la corrupción”. Y dicen que no es institucional, sino debida a la baja catadura moral de algunos individuos.

Los partidos son organizaciones cuyo objetivo es lograr el poder para sus cúpulas. Tienen una estructura muy costosa (edificios, empleados, etc.) y los altos costos de las campañas electorales. Puesto que las cuotas de los afiliados no alcanzan ni remotamente para afrontar estos gastos, ¿de donde obtienen el dinero?. Lo obtienen de “donaciones” de empresas que reciben contratos. Esto es, en resumen, la corrupción (que sí es institucional). Además, algunos funcionarios por cuyas manos pasan grandes cantidades de dinero, obtenido tan fácilmente, reparten sobresueldos a su cúpula partidaria y apartan un “sobresueldo” aún mayor para sí mismos.

¿Quién podría denunciar la corrupción? Aunque los diputados fueran santos, no pueden hacerlo (como muchas otras cosas) porque para conservar su sillón y su sueldo, depende de que el Secretario General de su partido los siga incluyendo en las listas de candidatos.

Se suele comentar el costo en votos que podría tener la corrupción. Hay dos tipos de corrupción. La (presunta) del PP es oligárquica: se la reparte un grupo pequeño y exclusivo. La (presunta) del PSOE es democrática porque (al menos en Andalucía) parte de ella se reparte (“peonadas”, subvenciones, etc.). La corrupción “democrática” no solo no tiene coste electoral, sino que “fideliza” a quienes reciben, aunque sea migajas. La corrupción “oligárquica” suscita torrentes de críticas y repudio.

Pero en una parte de los críticos, su repudio surge de la envidia por no poder uno mismo obtener millones de euros con tanta facilidad. En otra parte, la tajante crítica moral sirve para exhibir la propia honestidad y espíritu justiciero. También sirve la corrupción oligárquica para que los corruptos democráticos la denuncien implacablemente (la propia no tiene importancia, puesto que los votantes la avalan).

En resumen: no solo los políticos, casi todos los seres humanos somos corruptos, pero no tenemos acceso a riquezas.

Durante años, la justicia estudia los casos de corrupción. Tanta lentitud hace dudar que se castigue a los culpables (y menos que devuelvan lo robado). En Cataluña hay, presuntamente, una familia que a lo largo de casi 30 años protagonizó, presuntamente, el mayor caso de robocorrupción que ha habido en España. Pero, si en otros casos la justicia es lentísima, en éste ni siquiera hace acto de presencia.