Caminando

Nieve en Lugo

Nieve en Lugo PALAS DE REI (LUGO)

Por Juan Gallego Alférez

"Estás loco", me dijeron cuando un día en el que me canse de la rutina de lo diario, opte por coger la mochila y partir al sur de Francia. Lo decidí un viernes y me fui el lunes con solo dos mudas, unas botas nuevas, bañador, chanclas, cepillo de dientes y el libro Yo, Claudio de Robert Graves ¿Por qué empecé el camino? No lo sé. Esperaba saberlo cuando llegara, pero aún tengo la duda. Quizás huía de la realidad; quizás estaba cansado del día a día; de las mentiras y los mentirosos; de vivir gran parte de mi vida a través de una pantalla; de que el concepto del disfrute sea estar en una discoteca, donde anestesias con alcohol tu espíritu, rodeado de desconocidos, silenciado por el ruido de la música, dando vueltas alrededor de un lugar sin rumbo ni destino, buscándonos a nosotros mismos en el fondo de un cubata mientras suena de fondo una canción que no tendrá mas vida que un verano; y nos marca el ritmo del movimiento como el tambor a los esclavos de las galeras romanas. Quizás solo necesitaba darme cuenta de lo que no necesito.

El segundo día me olvide la mitad de mi ropa tendiéndose en Roncesvalles. Cuando me di cuenta ya estaba lejos, pero no las eché de menos. Al igual que la gran mayoría de nuestras preocupaciones, pasado un tiempo acabas por serles indiferentes. Saliendo de Pamplona, allá por donde el camino del viento se une al de las estrellas, tuve una lesión de menisco a la que no pude ignorar, hacía que cada paso doliese más que el anterior, y menos que el siguiente; pero seguí andando. Cuando fui al fisioterapeuta, me advirtió que quizás tenía que volver a casa. Seguí adelante y decidí que el dolor me haría mas feliz que la derrota, ya que era el precio de la aventura.

La lesión de menisco me duró una semana, y fue insufrible, pero la supere. Un ejemplo mas de que todo el sufrimiento pasa, y el pasado pasa a ser una anécdota. Además, cuando hablaba con algunos de los peregrinos y me contaban los motivos de su camino, me encontré con historias tan desgarradoras que mis sufrimientos de rodilla quedaban reducidos a ser una broma en comparación con las experiencias que ellos cargaban en sus hombros.

Un día me desperté cansado y deprimido, simplemente no tenía ganas de caminar. Me pregunté por qué estaba andando treinta kilómetros todos los días y no estaba en mi cama. Es mas, me hubiese subido a un autobús destino al hogar si lo hubiera encontrado. Me paré en un pueblo de treinta habitantes y vi un cartel que indicaba "Hospital de peregrinos". Pregunté que si allí servían desayunos y un señor me sentó en su mesa y me invitó a desayunar con su familia. Fue un desayuno de lo mas corriente, pero me dio el ánimo y la energía para seguir para adelante. Es curioso como un simple acto de amabilidad con quien lo necesita puede cambiarle el tono de luz con el que ve el mundo: al fin y al cabo todavía quedan atisbos de humanidad en este matadero que un día se llamo civilización.

Llegado a la meseta, decidí no hacerla, así que se lo dije a un señor mayor con el que simpaticé bastante. "Eh no -me dijo-, debes hacerla". "¿Por qué? No es que sea una etapa difícil, simplemente es aburrida". "Lo es, pero en la vida hay etapas muy aburridas y, al igual que en la vida, el aburrimiento es una de las dificultades del camino". Me convenció y efectivamente fue aburrido, aunque me alegro de haberlo experimentado. A veces no nos damos cuenta de que la vida también tiene épocas de llanura y vivirlas significa experimentarlas, no evadirlas.

Cuando llegué a Santiago no sentí ni alegría ni tristeza, simplemente nostalgia, el camino se había convertido en un hogar en movimiento que no tenía paredes ni muebles, sólo paisajes y peregrinos. Iba a echar de menos levantarme con el amanecer, comer cuando tenía hambre, dormir cuando tenía sueño, la ausencia de protocolos sociales y sobretodo ese verde que teñía el paisaje gallego. Echaría de menos los mosquitos, el hambre, los ronquidos del peregrino de la cama de al lado, las agujetas, las contracturas y las lesiones. Citando a Thoreau, "fui a los bosques porque quería vivir a conciencia, quería vivir a fondo y extraer todo el meollo a la vida, y dejar a un lado todo lo que no fuese vida, para no descubrir en el momento de mi muerte, que no había vivido".

Si sentí algo cuando llegué a Madrid fue ansiedad. Prisa, aglomeración, móviles, aire contaminado, ruido... En definitiva la faltad e toda aquella realidad que nos hace humanos "¿Loco yo?" No estoy loco, simplemente padezco de inconformismo. Mi camino no acaba en Santiago, acabará cuando yo muera. Al fin y al cabo la muerte es la nada, y por ello nada hay que temer, puesto que si de la nada venimos y a la nada vamos, no perderemos nada. Lo que sí que hay que temer es a la vida, a no vivir con pasión. A no hacer que cada paso cuente con sus luces y sus sombras, sus sufrimientos y alegrías. Porque... "caminante no hay camino, se hace camino al andar."