¿Qué haría hoy Don Quijote con los molinos?

Don Quijote y Sancho Panza comiendo en el campo. José Jiménez Aranda, Quijote del centenario, 1905

Don Quijote y Sancho Panza comiendo en el campo. José Jiménez Aranda, Quijote del centenario, 1905

Por Juan Pedro Iglesias García, @jiglesiasgarci

La mañana ha despertado fresca y algo húmeda en los campos de cebada. Una pareja de cuervos picotea, dando saltos, los restos de un conejo muerto que a pie de un cerro, da paso a la monótona planicie de la Mancha. El sol ha despuntado sobre la línea del horizonte y marca el camino entre el cielo y la tierra. Muy a lo lejos, paralelos y alineados, sus rayos iluminan grandes molinos de hierro con tres aspas. Se mueven lentos, casi como un segundero, tironeados por un suave viento del oeste. Parecen los hermanos mayores que antaño, a nuestro personaje Alonso Quijano, D. Quijote, le gustara darse en batalla. Al otro lado, el pueblo de Campo de Criptana se despereza de la noche y sus calles blancas recortan sombras junto al barrio de casas cueva.

Alonso Quijano y Sancho, que caminan juntos en este Post, se han detenido a contemplar el paisaje de una antigua batalla. -La libramos aquí, en este rematado lugar, hace ahora cerca de 400 años -recuerda Sancho-. Sus miradas asisten a un paisaje cambiado, a un recuerdo batido en el imaginario y en donde una gran extensión de molinos se desparramaban a lo largo y ancho del campo manchego. Sancho advierte de que en aquella imagen solo quedan en pie unos pocos molinos. Y que a lo lejos, al otro lado del valle, se extiende ante su señor el presentimiento de un nuevo campo de batalla. Nuevas estructuras, de afilado metal, que más grandes y aéreas, se levantan hacia el cielo, casi acariciándolo.

-¿Has visto Sancho, que los que vociferé gigantes antaño y combatí en este mismo lugar, han menguado en gran número, y que más abajo, en el valle, otros hermanos más flacos y altos, ganan al viento las tierras y afrentan nuestro camino?-.

-Sí, mi Señor -responde Sancho-. Y que sin gustarme repetir de nuevo esta locura ya vivida, le digo a vuestra merced, que unos y otros, no son gigantes, sino molinos de viento. Y que a lo lejos, los que más abajo vemos para otros menesteres, son sus primos hermanos y dan luz a estas tierras-.

-Amigo Sancho, no temáis a las afrentas pasadas, pues, con ellas ganamos en cordura y valentía. Estos gigantes no han de preocuparnos, quedaron mudos y quietos. Sus viejos brazos, murieron en otro tiempo-.

Sancho está un poco descolocado, pensando en que Alonso Quijano, que reflexiona contemplando el valle que hay al otro lado, ha recobrado la cordura. Piensa en todo lo que perdió como caballero andante y también en lo que ganó. Ahora lo ve como un héroe cansado y escarmentado de tanto cabalgar entre lecturas de caballerías.

-Mi señor, -dice Sancho- hemos llegado tarde a esta lectura descubriendo un tiempo que ya está escrito. Y por ende, le recuerdo que con su lanza hecha astillas frente al molino antiguo, éste le trajo a razones ante otros caballeros. No permita su inocencia, tropezar dos veces en la misma piedra. Demos ejemplo, que otros no dan o entienden y prosigamos pues nuestro destino, que reconocimiento tendrá en tiempos mejores-.

-Tú tienes razón, amigo Sancho –responde Alonso Quijano-, prosigamos nuestra andanza para que la libertad, que es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.