"Amoris laetitia", exhortación de Francisco sobre la familia

El papa Francisco durante su visita al campo de refugiados de Moria/Orestis Panagiotou/EFE

El papa Francisco durante su visita al campo de refugiados de Moria/Orestis Panagiotou/EFE

Por Pedro Peral

Desde el comienzo de su pontificado, al Papa Francisco le gusta repetir que “la Iglesia es como un hospital de campaña”. Quizá por eso en el Sínodo sobre la Familia y en la Exhortación basada en sus conclusiones, el debate y la atención mediática se ha centrado en qué hacer con los que han quedado heridos por un fracaso matrimonial. 

Emerge el estilo inconfundible de Francisco cuando denuncia la “cultura de lo provisorio”, manifestada en “la velocidad con la que las personas pasan de una relación afectiva a otra. Creen que el amor, como en las redes sociales, se puede conectar o desconectar a gusto del consumidor e incluso bloquear rápidamente”.

También denuncia las diversas formas de la ideología de género o la aplicación de la biotecnología al campo de la procreación: “No caigamos en el pecado de pretender sustituir al Creador”.

El realismo dicta admitir que en todo matrimonio habrá momentos de crisis. Cuando la separación es inevitable, o incluso se procede al divorcio, sigue haciendo falta el acompañamiento pastoral; pero hay que preocuparse muy especialmente por los hijos, la parte más débil y las víctimas inocentes de la ruptura.

Subraya la necesidad de estar pendiente de los hijos, sabiendo “quiénes se ocupan de darles diversión y entretenimiento, quiénes entran en sus habitaciones a través de las pantallas, a quiénes los entregan para que los guíen en su tiempo libre”. Pero sin ser “padres helicóptero”: “La obsesión no es educativa, y no se puede tener un control de todas las situaciones por las que podría llegar a pasar un hijo”: así no se favorece que madure. Educar no es mimar: exige también corregir, siempre sin ira.

La educación sexual ha de llevarse a cabo “en el marco de una educación para el amor, para la donación mutua”. Esto resulta más relevante ahora que los jóvenes son “bombardeados” por una “pornografía descontrolada” y una “sobrecarga de estímulos que pueden mutilar la sexualidad”.

El capítulo octavo trata de las situaciones en que la unión conyugal es imperfecta o está deteriorada: cohabitación, matrimonio solo civil, parejas de divorciados. El Papa insiste en “acompañar, discernir e integrar”, para que las personas que están en esos casos vayan superando las deficiencias y participen en la vida de la Iglesia, en consonancia con las enseñanzas de la Familiaris consortio.

También remite a Juan Pablo II para señalar que entre los divorciados casados de nuevo se dan casos distintos: no es igual quien provocó la ruptura de su anterior matrimonio, que alguien abandonado injustamente. Así, en cuanto a la posibilidad de comulgar o a otras formas de participar en la vida de la Iglesia, Francisco no señala ninguna nueva disciplina, sino insiste en ofrecer a todos la misericordia de Dios y tratar cuidadosamente cada caso. “Si se tiene en cuenta la innumerable diversidad de situaciones concretas (…) puede comprenderse que no debía esperarse del Sínodo o de esta Exhortación una nueva normativa general de tipo canónica, aplicable a todos los casos”.

Ante las circunstancias particulares y los condicionamientos que pueden atenuar la responsabilidad moral, el Papa señala que no necesariamente toda persona en una de esas situaciones irregulares se encuentra en pecado mortal. Y añade: así como las normas no pueden abarcar todos los casos concretos, tampoco el caso concreto puede ser elevado a norma y “Comprender las situaciones excepcionales nunca implica ocultar la luz del ideal más pleno ni proponer menos que lo que Jesús ofrece al ser humano. Hoy, más importante que una pastoral de los fracasos es el esfuerzo pastoral para consolidar los matrimonios y así prevenir las rupturas”.