En el Café Gijón

Por Juan Pablo Sánchez Vicedo, @jpsVicedo

El mármol sugería versos e interrogantes; quizá se hubiese escrito una comedia sobre la mesa donde humeaba mi café. Lo pedí para justificarme, delatado por el espejo que registraba las visitas. Pagar un café como el que paga una entrada. El Café Gijón o un museo de la vida madrileña dibujada por sus testigos. Sus paredes exhibían retratos de escritores, pintores y comediantes entre los que reconocí a Alberti, Umbral, Fernán Gómez, Alexandre. Supuse que a los fracasados del arte y a los descolocados de la vida se los habían tragado los espejos. Una placa junto a la entrada recordaba a un cerillero llamado Alfonso, anarquista del que se decía que allí vio pasar la vida. Murió después de haber atendido a miles de clientes que recuperará en otro mundo. En el Gijón ya no se fuma. Puede que al cerillero se lo llevara la ley anti tabaco.

En Madrid hubo más de cien cafés de tertulia en los que no se discutió de fútbol y sí de toros y de política. La historia de España se ha agitado en los cafés y en los casinos, donde, además de combatirse el frío y la soledad (todos los fríos y todas las soledades de los españoles), se han alentado los extravíos de la ambición. Los primeros clientes del Café Gijón fueron los arrieros que descendían por la Castellana, a los que se sumaban en verano los paseantes de Recoletos. Con el crecimiento de Madrid se estabilizó una clientela diversa entre la que hubo políticos y artistas. Al Gijón le queda la aureola de superviviente tras el cierre en 2015 del Café Comercial, tal vez destinado a albergar, como los demás, un banco o una franquicia. Aquellos cafés legendarios tuvieron el atractivo de lo incierto, al no poderse constatar si la espía Mata Hari prefería el Gijón a Fornos, como tampoco es seguro que Hemingway pidiera callos o Truman Capote buscase chaperos en la esquina de la calle Almirante.

En los cafés nuevos no hay tertulias literarias. Ahora hay unas librerías cruzadas de bar o unos bares remendados de libros, que no se sabe dónde acaba un negocio y empieza el otro. Como toda criatura híbrida, tienen nombres de aspereza retadora: Tipos Infames, Vergüenza Ajena, Los Diablos Azules y lo que sea. En esos lugares todavía se usa con propiedad la voz «tertulia». En las trifulcas de la televisión se enturbian las palabras o se intercambian unas pedradas que no tienen nada que ver con una conversación. Las tertulias literarias de café tenían un protocolo observado por un moderador cuya autoridad reconocían los tertulianos. El tímido Gerardo Diego administraba con la mirada los turnos de palabra en la tertulia de poetas del Gijón.

Mi café lo había servido un camarero de lenta eficacia. Entretuve la taza sin echar el azúcar, queriendo leer en aquella atmósfera forrada de maderas. El camarero volvió sin que lo llamara.

- Perdone, la leche está cortada.

Se llevó aquella taza con la que casi me enveneno y riñó a su compañero de la barra.

Aquel reducto de las glorias literarias y de la bohemia desmochada parecía vacante y aferrado al turismo. Delante de mí una pareja de alemanes removía su café y miraba el teléfono. El camarero de la leche cortada explicaba a otro cliente pálido y grueso quién era el escritor retratado sobre mi cabeza. En el Café Gijón se nota la impresión del arte rescatado, más o menos permanente y adecuado a la liturgia de unos fieles congregados para una exposición, una conferencia o una tenida.

En vísperas del día del libro Jesús Nieto Jurado, columnista cuya prosa cascabelera se oye en EL ESPAÑOL, dará una conferencia sobre los cafés y la literatura precisamente en el Gijón. JNJ está avecindado con la especie casi extinta de escritores artistas que han trabajado sobre el mármol de los cafés. Me voy a perder ese acto y es una lástima no haber acertado la ocasión de visitar el último de los lugares donde la intrahistoria de España tenía donde recogerse y lo hacía al abrigo del arte.

Salí al Paseo de Recoletos, volví la cabeza y no encontré la fachada del Café Gijón: la ocultaba un andamiaje espeso, algo así como una obra de apuntalamiento.