La Posmodernidad necesita compasión

Por Víctor Llano

Ahora, en la Posmodernidad y desde el pensamiento débil, los españoles, como hicieron los escritores de la Generación del 98, tendríamos que preguntarnos por el sentido de nuestra vida y por la mejor forma de ser españoles.

No hemos cambiado mucho desde el siglo en el que un grupo de intelectuales que apreciaban la espiritualidad intentaron poner sentido y futuro donde no existía. Nuestros problemas son los mismos, tal vez hoy agravados por otra forma de estar desmoralizados. La persistente desmoralización nos aleja de nosotros instalándonos en una debilidad que sin duda sentimos, pero que no está justificada. Puede ser cierto que sintamos lo que decimos sentir; sin embargo, no necesariamente ha de ser cierto lo que nos lleva a sentirlo. ¿Somos lo que creemos ser? ¿Acaso no existen verdades objetivas que afectan a toda vida humana? ¿Verdades a la que debemos obediencia si queremos vivir con dignidad? 

Negarlo nos puede llevar, tal vez ya nos llevó, a un pensamiento tan débil que asume sin inmutarse que la Historia ha muerto y con ella toda esperanza de vernos reflejados en el otro. Camino de un horizonte tan adverso, sin sentido y sin Historia, en el que por no poder no podríamos, ni explicar por qué no seríamos capaces de aspirar a otra cosa que no sea huir de todo deseo que nos ayudara a crecer como personas no acabadas en la nada del sin sentido.

Tal vez sean muchos los amorales que no han podido plantearse un camino, legión los inmorales que conocen el camino pero no lo siguen, y millones los desmoralizados que se creen incapaces de vivir según sus principios. En cualquier caso, de nada nos servirá lamentarnos y repartir las culpas entre propios y ajenos. Tenemos que denunciar todo lo que no nos sirve y abrir nuevos caminos de esperanza.

Nos equivocaremos si renunciamos a educar desde del único modo que nos servirá, en la tensión entre libertad y obediencia. Tras verificar nuestras creencias e intentar que las verifiquen nuestros hijos, desechando antes las que creíamos nuestras y no resultaron más que parches, no nos quedará otra -si realmente pretendemos educar y no únicamente transmitir información- que asumir que estamos obligados a ayudar a los más jóvenes a encontrar el sentido de sus vidas a través de nuestras grandes y buenas tradiciones. No con intención de reproducir más de lo mismo, para crear entre todos y desde un gran esfuerzo ético, algo nuevo y mejor que podamos entender y que nos sirva para explicarnos y acercarnos al otro desde la compasión que, como nosotros, también el otro necesita.