Nombres raros casi únicos

Por Ángel Zurita Hinojal

Después del triunfo del Real Madrid (que no la derrota del Barça), redondeé el sábado con la tardía lectura de una crónica en los arrinconados periódicos del día. Se trata de un pueblo en la, por tantas razones, profunda Castilla. Y aún en este caso más profunda pues radica en la provincia en cuyo escudo reza ser la Cabeza de aquella. Por resumir diré que versa sobre los nombres raros.

Haciendo caso omiso de que en Palencia, mi provincia natal, presumimos de que por señalarnos en algo lo hacemos por la rareza de nuestros patronímicos y yendo al grano, escribiré que me asombra, aunque no tanto, que en los albores del siglo pasado, en un pueblo que repartía alrededor de 1.400 habitantes en 3 o 4 apellidos, para distinguir a los interesados en cada asunto del que se tratara y puesto que los apellidos eran intocables, se resolviera diferenciar por el nombre a los hijos por venir (o por llegar, que tanto da). Cuenta el artículo periodístico que la propuesta del secretario del Ayuntamiento se aprobó por unanimidad. Y entiendo que por aclamación en concejo abierto.

El caso es que a partir de ello a cada nacido sus mayores le asignaron el nombre del martirologio romano que tuvieron por conveniente siempre y cuando no entrara en colisión con otros previamente adoptados.

Llegaron Macrino, Cline Reneria, Iluminada Ninfodora, Filognio (nunca lo han escrito bien, se duele el concernido), Vistila, Neomisia, Batilia, Otilia, Hirónides, Ranulfo, Canuto, Baraquisio, Austiquiliniano, Virísima, Digna Marciana (que ya es ser mártir), Quiteria, Eduviges, Plautila, Onesíforo, Parisio, Ercilio, Marceonila (que opina que para nombre raro, Abril), Meuris (que ha tenido que aguantar que le llamen Neuris y Miuris), Licerio (al que abrevian Lice), Cliterio, Irminia, Leonisa, Edevina, Iranda (que con 99 años “se llama así desde que nació”).

Claro que también están Antonio, al que, siguiendo con la aún más ancestral costumbre de apodar, llaman Cañero y, en el colmo de lo extraño, Julián.

Aunque para no común está Firmo, que por aquello de que para cualquier cosa te piden la firma, a su escusa él se ríe hasta de su sombra.

Y también Filadelfo al que, por si necesitara mayor señalamiento, también conocen por Fila, Filitas y Files.

Aunque como raro, aunque solo fuera por su longitud, está el nombre de Burgundófora Cancionila (nadie me apeará del convencimiento de que la titular ganó la santidad antes que padecer el martirio).

Pero por terminar iré diciendo que el nombre que más me ha sorprendido ha sido Clodoveo, cuyo titular ha reconocido estar conforme con él porque “se escucha poco” y le identifica fácilmente. Si a más a más (dicho al cataláunico modo) el castellano viejo reparara que aparte del de un mártir lleva el nombre del primer rey de los francos, quizá sentiría que no es tan raro su nombre. Y, "a mayor abundamiento", ¿ya que los gentilicios no han cumplido la suya, ¿qué mejor función le queda a los nombres que la de identificar a los que los portan, soportan o padecen, si no es la de individualizarlos?

Estoy escribiendo de las gentes de hoy de un pueblo que se llama Huerta del Rey (por qué se llama así es otra historia) de la provincia de Burgos, hermanado desde 1996 con el francés Pleine- Fougéres, quizá una pista en la dirección de Clodoveo, aparte de que con mucha probabilidad la tal Huerta del Rey tuvo que soportar la visita "del francés" en lo que allende el Pirineo llamaron La Guerra de España y aquí -más directos- todavía seguimos conociendo como Guerra de la Independencia.