Insolación

Estatua de Emilia Pardo Bazan en Coruña/Jose Luis Cernadas Iglesias/Flickr

Estatua de Emilia Pardo Bazan en Coruña/Jose Luis Cernadas Iglesias/Flickr

Por Juan Pablo Sánchez Vicedo, @jpsVicedo

Mira, hija mía, los hombres somos muy egoístas, y si te dicen alguna vez que hay cosas que pueden hacer los hombres y las mujeres no, di que es mentira, porque no puede haber dos morales para dos sexos.

A Emilia Pardo Bazán no le gustaba jugar con muñecas. Prefería un caballo de cartón que no tomó de ningún hermano porque fue hija única. Se lo regaló su padre, destacable político liberal, hombre adelantado a su tiempo y autor del consejo que abre este artículo. El caballo y una locomotora y los demás juguetes tampoco fueron su predilección: prefería la biblioteca familiar y, cuando esta no dio más de sí, las bibliotecas de amistades como la condesa de Espoz y Mina. Su padre («Mi inolvidable padre») le procuró medios para encauzar su talento fuera de la educación superior, pues la universidad todavía estaba cerrada a las mujeres. Con su erudición autodidacta y una rocosa autoestima se abrió camino en aquella España de hombres. Obtuvo su primer gran triunfo intelectual con un ensayo sobre Fray Benito Jerónimo Feijoo, atraída por su polifacética inteligencia y su defensa de la libertad de oportunidades para las mujeres. A muchos les chocará que un teólogo católico del XVIII sea el precursor del feminismo español. El ensayo de Pardo Bazán ganó al de Concepción Arenal, la jurista que se travistió para colarse en las aulas de derecho.

Si el Ensayo crítico de las obras del Padre Feijoo le procuró el primer éxito, su biografía de San Francisco de Asís la hizo tan famosa que llegó a recibir una carta en cuyo sobre se decía: «la autora del San Francisco de Asís». Pardo Bazán veía en el cristianismo primitivo un espíritu liberador de la mujer. El escándalo vino con La cuestión palpitante, la serie de artículos, reunidos en un libro, sobre novelas naturalistas francesas consideradas pornográficas en España. La exposición de aquellas teorías literarias se entendió como una apología intolerable en una señora, a la que solo defendieron Benito Pérez Galdós y Leopoldo Alas, Clarín, prologuista del libro. Tan gorda se armó que le costó el matrimonio a la autora: su marido, abrumado por la vergüenza, le exigió que dejara de escribir y ella lo mandó a hacer puñetas.

No se la ha valorado como merece. El periodista y filólogo Jiménez Losantos predijo en 1998 que su obra «se leerá en el siglo XXI con más gusto y reconocimiento que en el siglo XX». Ahora se representa la adaptación teatral de su novela Insolación, escrita después de su separación y señalada por algunos como la primera novela feminista española porque en La tribuna, anterior y de la misma autora, el asunto obrerista oscurece el feminismo.

Insolación narra la aventura de Asís, marquesa viuda, con Diego Pacheco, un joven plebeyo y tarambana. Lo que empieza como un accidente por la ofuscación del vino y el calor en la romería de San Isidro deviene en amorío clandestino y luego en amor proclamado contra la convención social. Pardo Bazán denuncia por boca de uno de sus personajes la hipocresía colectiva que defendía la libertad sexual del varón y reprobaba la de la mujer:

«Es una hipocresía detestable eso de acusarlas e infamarlas a Vds. con tal rigor por lo que en nosotros nada significa.» (Insolación, XIV).

La novela no aumentó la fama de su autora, que en 1889 ya era mucha, pero consolidó su etiqueta de polemista escandalosa y agravó el rencor de Clarín a su antigua amiga, cuya obra denostó como «el antipático poema de una jamona atrasada de caricias».

Leída hoy, Insolación sigue siendo una lección de técnica narrativa y psicología de personajes que el dramaturgo Pedro Víllora descubrió por recomendación de Ana María Matute. Su versión teatral es tan sobria que se basta con cuatro actores eficaces cuyo éxito de 2015 en Madrid se repite ahora en una gira. La he disfrutado en Las Palmas de Gran Canaria en uno de estos días de marzo en los que cunde un feminismo ocasional o de calendario, y me ha servido para aumentar mi admiración por una de las mejores escritoras de España y para recordar, con aquel político olvidado, que no puede haber dos morales para dos sexos.