Debate de investidura

El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy/Zipi/EFE

El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy/Zipi/EFE

Por Francisco Miguel Justo Tallón, @pelearocorrer

En la réplica al aburrido debate de investidura de Pedro Sánchez, sacó Rajoy al día siguiente toda su vieja artillería y siete millones de votos. El político gallego se mueve con la inercia de su electorado, y las leyes de la gravedad imponen un NO rotundo, sobre todo porque uno no gana unas elecciones para entregarle luego el poder al otro.

Rajoy se burló a la manera gallega: sin dejar asomar la sonrisa. Entre otras cosas dijo: “Se lo voy a explicar y ya verán como me van a entender”. En la sorna nadie se mueve como Mariano Rajoy, es un hombre rapidísimo en la lentitud de su discurso, quizá el primer presidente virtual de la democracia, alguien capaz de comparecer en falsete, desde un monitor de plasma. Pero tiene aplomo el presidente en funciones, y es rotundo como un bloque de granito, inamovible con sus siete millones de votantes sujetándole para que no caiga. Volvió Rajoy a cometer un lapsus linguae diciendo que “lo que nosotros hemos hecho es engañar a la gente”, lo cual empieza a ser sospechoso, porque quizá no hubo ahí error lingüístico, sino una sinceridad desmedida y gallega, entrañable desde la inocencia. No se permitió el popular ni una desmesura, ni un exceso, todo fue metódico y como de jubilado obsesivo. Dio la sensación el líder del PP de estar solo frente a 349 diputados, defendiendo su cordura frente al lío que tiene enfrente, incluido su propio partido.

Cuando se acercó Pablo Iglesias al escenario (perdón, a la tribuna) recorrió un rumor torero por todo el hemiciclo. El de Podemos hizo un discurso sentimental, cargado de referencias y de nombres guerracivilistas: Millán Astray, Negrín, Puig Antich. Iban saliendo los nombres como balas y ninguno era inocente. Eligió Iglesias quizá los nombres más beligerantes de forma deliberada, porque entiende que el Parlamento es también un espacio de lucha… dialéctica, y hay que ganar, hay que buscar el cuerpo a cuerpo. Su tono de voz fue duro, elevado, rozando la soberbia y reclamando el liderato de los mas desfavorecidos. Recordó que el PP fue fundado por siete ministros franquistas; tuvo palabras para el 15M y los abogados de Atocha; le mostró a Rivera el espejo donde debe mirarse: Maquiavelo; proclamó que la política es el arte de transformar la realidad y con el PSOE fue especialmente duro; acusó a Felipe González de tener las manos manchadas de cal viva, lo cual produjo la tangana más aparatosa del pleno y colocó a Patxi López en su lugar: fue el Presidente del Parlamento el que más me gustó, siempre en su sitio y llevando a los demás al sitio que les corresponde.

Luego Iglesias protagonizaría la imagen del día besando a Domenech frente al asombro de De Guindos, que hizo un gesto de escándalo. Parece que de eso se trata: la política es el arte de escandalizar al otro.

Albert Rivera subió a la tribuna sonriendo, si Iglesias es la pasión, Rivera es el sosiego, sin embargo le vi nervioso en el arranque y solo en los minutos finales sonó su voz conciliadora. Tiene Rivera un modo extraño de conciliar negando la invitación a su fiesta a los que no tienen una orientación similar a la suya, siempre con una sonrisa, nunca con gravedad. La diferencia entre Ciudadanos y Podemos es que unos sonríen mientras se reservan el derecho de admisión y otros no. Se atrevió Rivera a citar a Winston Churchill, cosa que se agradece: basta con citar al político de Woodstock para poner a toda la historia moderna dándote la razón. Pidió Rivera sin complejos al Partido Popular que se uniera a la concordia. Y Rajoy se lo agradeció rechazando el ofrecimiento.

Pedro Sánchez dejó claro cuál es su proyecto político: echar a Mariano Rajoy. Para lograrlo debe contar con el apoyo del propio Mariano, que lo sabe y se relame desde sus 120 escaños. Sánchez le dijo a Iglesias que no unirse al pacto con Ciudadanos era darle la razón al PP, luego le acusó de filoetarrra, luego de moralista. El discurso de Sánchez quiso sonar a veces a Suárez y a veces González. El PSOE ya ha olvidado por completo a Guerra.

A la vuelta de la comida, con el grupo mixto languideciendo en la tribuna, algunos dieron cabezazos luchando contra la siesta. Joan Tardá estuvo gracioso, y hasta Rajoy le rió los chistes; tuvo una explicación de viejo profesor entrañable cuando recordó la jugada de Suárez al saltarse las leyes franquistas y otorgar a la Generalitat un rango que no tenía. Hay excepciones que aplican siempre, como la valentía. La verdad es que los mejores discursos vinieron del grupo mixto, pero eso no tiene importancia. Lo importante es que sus señorías votaron, y en cuarenta y ocho horas volverán a hacerlo.