Los 23-F de una democracia alfanumérica

Por Juan Miguel González González

Ya es 23 de Febrero otra vez, cómo pasa el tiempo. Pocas fechas resuenan tan revueltas de historia, tan enfangadas de acontecimientos puntuales que, en un día, terminan definiendo una época. Si hay tragedias que se explican en noviembres, amores que florecen en primaveras, o crepúsculos que duran siglos, cada vez la historia se tiende a condensar en siglas alfanuméricas, como contraseñas wifi, tipo 15-M, 11-M, 20-N… y entre estas, una de la más significativa de nuestro presente imperfecto: el 23-F.

Ya saben, todo empezó con un mito, como empiezan todos los cuentos con vocación de leyenda, en este caso el mito del Golpe. Mito con todos los componentes para un novelón: guerreros con sables fieles y mudos, elefantes blancos, tricornios, princesas rubias y fatales que lo saben todo, y lo más importante: la figura del héroe y el pueblo amado. Mito fundante de todos los pecados originales que, entre toda esta euforia popular que lo arropa, pasará a la historia, que espera paciente como un notario cruel, con la genialidad de ser el único intento de cambio de régimen donde no se asalta el castillo del jefe al que se quiere, teóricamente, derrocar. En fin, cosas del guion.

De ahí saltamos, burla burlando, hasta otro 23-F años después. Del mito a la fiesta, donde una nueva generación de héroes “infrarojos”, que diría Umbral, saltan a escena golpeando un puño con rosa en el jardín nacional expropiando Rumasa. Un “aquí estoy yo”, casi como el ja soc aquí pero sin acento, con el que se funda lo que iba a ser el neocapitalismo-socialista-financiero que, entre opas y fusiones, iría quebrando alegremente un país desde una estética biutiful uniformando una nueva clase social de pantalones rojos y gominas, que tiempo más tarde cuajaría acuñada como “casta” por nuestros comisarios Strelnikov del ahora inmediato.

Entre estos 23-F dejamos un luto que nos viene del norte. Definitivo y letal, del Mito al Logos ensangrentado: Enrique Casas, socialista de los buenos, en la trinchera de los años de plomo y a tres días de las elecciones a las que era candidato, es acribillado por una escisión etarra. Años de santuarios Iparraldes y guerras sucias entre fronteras que definían el cielo y el infierno bajo el dios gabacho. Primer crimen que hizo que fuera ‘cuasi condenado’ por HB, entre gritos de la calle, y sin celebrar en la catedral por capricho del terrorismo clerical, el otro dios falso de este lado de la frontera.

En fin, hay ciclos que se explican en un día, eternoretornismo de 24 horas como 24 siglos que nadan en redondo y no se enseñarán nunca en la ESO de turno más que como mitos y medias verdades que envuelven las crudas tragedias ciertas que van pudriendo la Historia.