Morir con Don Quijote

Don Quijote/Jaime Pérez/Flickr

Don Quijote/Jaime Pérez/Flickr

Por Juan Pablo Sánchez Vicedo, @jpsVicedo

El autor más celebrado en este año de escritores prometía segundas partes que no llegaban: La Galatea, Rinconete y Cortadillo, y lo mismo habría hecho con el Quijote de no ser porque Alonso Fernández de Avellaneda le robó el personaje. A los sesenta y siete años Cervantes retomó su mejor proyecto para deshacer el agravio.

Con el acicate de Avellaneda y su Quijote de mentira el Manco de Lepanto recuperó a su loco legendario, nacido seguramente para una novela breve al modo de las Novelas ejemplares. Al comienzo de la primera parte don Quijote era solo un chalado del que reírse. Cervantes comprendió después lo mucho que el hidalgo podía dar de sí y lo puso en ocasiones de lucir su buen juicio fuera de la monomanía caballeresca. Pronto se encariñaría con él.

Los mejores logros cervantinos se dan en la segunda parte del Quijote. Cervantes vuelve a sacar al caballero para vencer a Avellaneda. Maneja mejores armas que su rival y las emplea con maestría. Se le ocurre poner en manos de algunos personajes menores tanto la primera parte del verdadero Quijote como la continuación apócrifa, mezclando hábilmente la ficción con la realidad.

Sancho Panza está escarmentado y no es tan crédulo como lo fuera en la primera parte. De las conversaciones con su señor previas a la salida se deduce que necesita escapar de una fastidiosa rutina y verse libre por los campos de La Mancha, si bien deja muy claro que es de natural pacífico y que no osará entablar batalla con escudero alguno. Nos enternece este Sancho mejorado, fiel y conforme con su sencillez.

Esa segunda parte tiene un malo interesante: el bachiller Sansón Carrasco, brazo ejecutor del cura y el ama, con los que se ha conchabado para sacar al caballero de su locura y devolverlo a casa. Sansón se finge caballero él mismo para luchar contra don Quijote creyéndolo fácil de vencer y para que, una vez derrotado, quede obligado a retirarse de la caballería durante un plazo bastante a olvidar el desvarío y se aquiete en la paz de su hogar. Pero es don Quijote quien derrota al bachiller y este, herido en su orgullo, jura venganza y se nos vuelve antipático. Nuestro héroe nos ha cautivado y vamos a celebrar sus éxitos con la misma franqueza con que lamentaremos sus fracasos. Sansón Carrasco, bajo la apariencia del Caballero de los Espejos o bajo la del Caballero de la Blanca Luna, es tan enemigo nuestro como de don Quijote.

El protagonista camina por La Mancha, Aragón y Barcelona como el famoso caballero que ya es, conocido por muchos de los que le salen al paso, bien recibido por la mayoría, respetuosos de su sensatez, expresada con una elocuencia deslumbrante que hace dudar de su locura a tales personajes e incluso al lector, que comparte el reproche del barcelonés don Antonio Moreno a Sansón Carrasco:

“¡Oh, señor (...), Dios os perdone el agravio que habéis hecho a todo el mundo en querer volver cuerdo al más gracioso loco que hay en él!" (Don Quijote II, LXV).

En esta prodigiosa novela los lectores evolucionamos con sus personajes. Y hace cuatro siglos que se escribió. Uno se estremece al pensarlo. También diría que Cervantes se sorprende de la autonomía del caballero, se asombra de que tenga vida propia, y lo sigue con profunda admiración. Creo que, de no temer que Avellaneda u otro escritor pudiera levantarle nuevos testimonios o aventuras apócrifas, no le habría dado muerte. Lamentamos con Sancho Panza el acabamiento del caballero:

«No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía.» (Don Quijote II, capítulo LXXIIII).

En 1615 el Manco ya estaba convencido de dos cosas: no le quedaba mucha vida; la novela tendría un éxito duradero. Es una obra testamentaria en la que pone lo mejor de sí, insertando discursos, juicios, manifestaciones que vienen a dejar testimonio de quién fue y cómo pensaba aquel viejo escritor que tanto vivió y tantas enseñanzas extrajo de la vida.

Hace cuatrocientos años que Cervantes se apenó por la muerte que no hubiese querido dar al personaje con el que se identificaba. Apenas sobrevivió a su entrañable criatura.