Madrileños en la nieve

Antonio Tajuelo/Flickr

Antonio Tajuelo/Flickr

Por Montserrat García González

El pronóstico del tiempo anunciaba un sábado soleado en la comunidad madrileña. Sol radiante sobre las primeras nieves decentes en nuestra sierra. Los urbanitas no necesitábamos más. A muchos se nos ocurrió lo mismo: subir a la sierra a disfrutar de su manto blanco. El cómo –subir y disfrutar- ya era cosa de cada cual.

Los puertos de Navacerrada y los Cotos son los clásicos y en días así los aparcamientos se colapsan bien temprano. Así que muchos madrileños optan por otros destinos, a priori menos saturados. Como el Puerto de la Morcuera, en las cercanías de Miraflores de la Sierra. Ese era también mi destino, pero no llegaría hasta allí en coche, sino desde el área recreativa de la Fuente del Cura, bastante más abajo, donde mi marido aparcó sin ninguna complicación.

Después de una agradable subida en la que apenas nos cruzamos con nadie, por sendas y pistas cada vez con más nieve apenas hollada, y disfrutando del silencio, llegamos al Puerto. Allí las zonas de aparcamiento estaban atestadas de coches, y los arcenes de la estrecha carretera, también, haciendo muy dificultosa la circulación en ambos sentidos. La Guardia Civil hacía lo que podía para evitar el colapso y los conductores que accedían desde Miraflores eran obligados a dar la vuelta en un pequeño ensanche en la cima, con el correspondiente cabreo.

Las praderas, moderadamente nevadas, estaban salpicadas de niños con trineos y papás vigilantes, abuelos con zapatos de vestir que intentaban no resbalarse mientras fotografiaban al nieto, parejas cuyo único objetivo era hacerse un “selfie” con un poco de nieve en el fondo, grupitos de amigos mal calzados que querían disfrutar de la nieve y el sol, un papá fumando un puro junto a un cochecito de bebé aparcado en la nieve, niños excesivamente equipados contra un frío que el sábado no se hizo sentir, madres felicitando a sus retoños por lo bien que se deslizaban por una pendiente casi inexistente. Y los gritos alborozados de tanto niño en la nieve se oían por encima del murmullo impaciente de los coches atascados.

Mientras nosotros seguíamos nuestra ruta hacia lugares más altos y más tranquilos para reposar un poco y tomar los bocadillos, pasamos al lado de un joven que paseaba a su perro y mascullaba bastante alto: “Domingueros de mierda, os podíais quedar en Madrid”. Quizá fuera del cercano pueblo donde estos domingueros de mierda toman el café, el caldito, o comen tras la jornada familiar de nieve. O quizá era un urbanita, como yo, como los demás, que se consideraba superior al resto, con derecho a gozar de esos parajes sin tanta gente alrededor.

Somos muchos en Madrid, y en fines de semana como éste lo invadimos todo, pero pacíficamente. Después de una semana de trabajo apetece desconectar en el monte. Algunos, con niños, o que no conocen la zona, se limitan a ir al sitio, aparcar y dar una vueltecita. Para muchos críos será su primera experiencia en la nieve. Deslizarse en trineo, hacer un muñeco, tirar bolas a los padres y hermanos, reírse de cómo se mojan los zapatos del abuelo o cómo se atasca el carrito del hermano menor. Y, por fin, volver a casa cansados y calentitos en el coche que han dejado a cincuenta metros de la nieve.

Yo tengo otra forma de disfrutar del monte, por edad, por experiencia, porque siempre voy con mi marido, que es el mejor guía que conozco y me da una seguridad total; pero nunca se me ocurrirá criticar a los que disfrutan de un día de sol y nieve de otra forma. Porque somos muchos, cada uno organiza su ocio a su gusto y porque, lamentablemente, en Madrid nieva muy poco y hay que salir a la sierra en días como el sábado, aún a riesgo de no poder aparcar.