Racionalizar el amor

Por Alejandro Rodríguez Lafuente

Podemos ver y leer en estos días alguna propuesta anti San Valentín, publicada en este, nuestro periódico. Cargada de razonamientos, argumentos y buenos propósitos. Fácil de entender, incluso de convencer, pero difícil de pretender.

El amor, más allá de corrientes romanticistas e investigaciones varias, es una confusión mental en la que ese enfermizo objeto de deseo que estropea nuestra brújula nos hace zozobrar en océano ajeno. Los vientos de la sinrazón y las olas del autoengaño nos empujarán con todas sus fuerzas a la deriva en muchos casos y al peor naufragio en los mares mas tempestuosos en otros. Supeditar tu voluntad, para bien o para mal, a los designios de quien ha logrado agujerear tu corazón, nublar tu entendimiento y esconder tu voluntad con la máscara de su capricho, eso es, sin duda, el terrible amor. Pintar de colores el escenario que rodea nuestra mente, cerrando con llave el sobrio cuarto gris donde solo cabes tú, en efecto, dulce amor es el diagnóstico.

¿Es posible controlarlo? Pues sí, normalmente es cuestión de tiempo acallar al amor, recuperar la compostura, vencer al sufrimiento y canjear ese amor por un contrato de convivencia, un pacto de confianza y mínima agresión, con grandes beneficios para las partes. Pero, ¿sigue eso siendo amor?