Un monumento a Franco no franquista

Por Manuel Asur

La moda de acabar con los vestigios del franquismo me ha hecho pensar en el monumento a Franco, año 1977, levantado en una plaza de Oviedo. Me ha incitado a cavilar sobre las intenciones del escultor, sobre si la obra esculpida por un militante del partido socialista, carné nº 7, y bajo el rótulo: "Oviedo a Francisco Franco", albergaba truco, esa especie de ironía que tantos artistas cultivaron y cultivan contra déspotas y advenedizos al paño. Hablamos de Juan de Ávalos.

El conjunto escultórico lo componen tres vértices que configuran un espacio triangular presidido, cada uno de ellos, por tres divinidades de la mitología griega. En uno de sus ángulos se eleva un obelisco donde se ha insertado un medallón, ya herrumbroso, con un rostro de trazos tan ambiguos, que en nada propician la definición facial del Generalísimo.

Los dioses Apolo y Poseidón y la diosa Hera fueron diseñados con hábil amaneramiento. Sus ojos, sus cuerpos, la expresión simbólica de sus formas, crean una alegoría destinada a eludir, a anular, a destruir la presencia del dictador. Presencia aislada, ceñida a una especie de obstetricia incapaz de alumbrar, desde el fondo del disco metálico, atención alguna. En el conjunto, cualquier viso franquista queda disuelto en la dinámica mitológica de las esculturas. Dinámica de osada belleza y olímpica desnudez que disminuye, hasta hundir en el hielo de la indiferencia, la figura del otrora ensalzado vencedor de la guerra civil.

Resulta baladí que, aquel 8 de junio de 2015, el medallón fuera desgajado de su monolito. Baladí la denuncia de los concejales y la decisión del juez. Baladí porque, ignaros en cosas del arte, ellos, los conspicuos talibanes, han pretendido suplantar la acción que los dioses ya ejercían de sublime manera. Y empeñados en cercenar eso que llaman 'memoria histórica' (¿como puede ser histórica una memoria?), empeñados en amordazar la voz antigua de quienes saben hablar en nombre de las musas (¿ya no queda nadie en Oviedo capaz de romper los ovejunos bardales?), empeñados, digo, en tan fatua tropelía, han alarmado a Tácito: "est vulgus ad deteriora promptum", el vulgo está siempre dispuesto a las peores cosas.