Títeres y dictadores

La delegada de Cultura y Deportes del Ayuntamiento de Madrid, Celia Mayer/Víctor Lerena/EFE

La delegada de Cultura y Deportes del Ayuntamiento de Madrid, Celia Mayer/Víctor Lerena/EFE

Por Alejandro Yebras Agustín

Un ayuntamiento decide quitar, de la noche a la mañana, un monumento colocado hace 50 años por un régimen dictatorial. La oposición, contraria a la retirada, argumenta que no se dispone de los permisos necesarios para hacerlo y más al tratarse de una obra de interés histórico. El ayuntamiento alega que se trata de un monumento de titularidad municipal. Podría ser una disputa formal de un estado democrático como cualquier otro, pero ese estado es España y lleva tatuado la palabra esperpento.

¿Estaba el ayuntamiento legitimado para retirar el monolito? Es la pregunta sobre la que se desarrolla el debate, pero nadie dice nada cuando es la Fundación Francisco Franco quien impide la retirada e interpone una querella. Fundación Nacional Francisco Franco, España, 2016. Fundación cuyo objetivo principal es “la difusión de la memoria y obra de Francisco Franco”, citando literalmente su página web. También informa de que la fundación “se constituyó legalmente y goza de personalidad jurídica como institución cultural sin que su actividad u objetivos sean de adscripción política o partidista”; la legalidad es la clave. Al ser una institución privada, ¿puede ensalzar la figura de un dictador mientras tenga los papeles en regla? Es más, ¿puedo yo crear una fundación privada para “la difusión de la memoria y obra” de la banda terrorista ETA?

Evidentemente no la voy a crear –y estoy en contra de cualquier titiritero que pudiera hacer semejante barbaridad– e, incluso, desearía que el Estado tomara medidas contra mí por ello. Pero, una vez más, esto es España y la memoria histórica no puede huir del esperpento.

Podría ser directo y un poco populista. ¿Permitiría Alemania la existencia de una Fundación Nacional Adolf Hitler? Es que la dictadura de Franco no fue exclusivamente fascista, podría responder cualquier persona con mínimos conocimientos históricos. Es cierto que tras la derrota del Eje en la Segunda Guerra Mundial, Franco fue disminuyendo la intervención de la Falange en la composición del Estado y destacó su postura anti-comunista para acercarse ideológicamente a EE.UU., el creador de la democracia moderna, y aprovecharse de su ayuda económica. Pero no hay ningún argumento que pueda defender un régimen totalitario impuesto tras un levantamiento militar que sustituyó al legítimo Estado democrático previo y que, tras una guerra en la que ambos bandos cometieron atrocidades, siguió ejecutando a disidentes ideológicos.

Ya basta de cobardía y no afrontar la realidad. En cualquier debate barato a los que nuestra bochornosa televisión nos tiene acostumbrados, un participante de izquierdas, de vez en cuando, pide al de derechas que condene el franquismo y éste le responde que, a su vez, condene el terrorismo etarra. Se acabaron las dualidades y las dos Españas. Ni Franco ni ETA, sin evadir la respuesta y tomando medidas para eliminar cualquier vestigio de enaltecimiento de personas o hechos que atenten contra los Derechos Humanos. Pero si elegimos avanzar con miedo a mirar atrás, huyendo del pasado, con la cobardía histórica que nos caracteriza a los españoles, tendremos lo que merecemos, lo que ya tenemos.