Conseguir el poder

Por Francisco Miguel Justo Tallón, @pelearocorrer

La ideología es una simplificación del mundo que opera desde la forma de vestir hasta el comportamiento con el vecino. Hay quien dice que todo es ideológico, de tal manera que la conducta parece que viene dada con un manual de instrucciones que nadie se atreve a saltarse. Esta simplificación sirve de brújula y ayuda mucho a la hora de la orientación. Pero la realidad es mucho más compleja, la realidad no entiende de posicionamientos ideológicos. El movimiento político de estos días responde a una complejidad que deja atrás cualquier explicación política ortodoxa y remite al juego de las sillas, donde hay que bailar y saber sentarse a tiempo. Nadie nos explicó que después de depositar el voto la democracia se cerraba en estos juegos ambiguos, juegos a los que los votantes no estamos invitados.

Todo lo que entendemos por democracia termina en las puertas del Congreso de los Diputados, pero no entra, se queda fuera. La ley electoral, contra la que tanto se ha dicho, parece que finalmente favorecerá a aquellos que tienen la intención en sus programas de cambiarla: si finalmente Pedro Sánchez logra formar gobierno lo hará bajo la impostura de Podemos, que fiscalizará cada decisión y atormentará a los socialistas (supongo) para forzar una batería de reformas.

Curiosa también la terminología de estos tiempos: Izquierda Unida es un partido revolucionario (o pretende serlo), al menos eso dice Alberto Garzón para marcar las líneas ideológicas que lo definen; Podemos en cambio se viste de reformista. Reformismo frente a revolución. Aquellos que acusan a los viejos partidos se envuelven en la bandera del reformismo, un término que ya se utilizaba en la regencia de Maria Cristina, o sea que lo nuevo se articula como una herencia y no como una apuesta original. Todo aquello que ha sucedido hace más de cuarenta años nos parece tan lejano que queda tachado de inexistente. Al Partido Popular y a Ciudadanos solo cabe definirlos de continuistas, si bien los segundos estarían más cerca de Pablo Iglesias de lo que ahora tratan de hacer ver. Continuismo, revolución y reformismo, esas parecen las líneas generales de un Congreso que visto desde este plano, tampoco guarda tantas diferencias con legislaturas anteriores, lo único que de momento parece cambiar son los colores de los partidos y la (por fin) inexistente mayoría absoluta que nos hacía invisible el trabajo parlamentario.

Ante el espectáculo de los pactos que posibiliten la investidura del Presidente recuerdo que Pablo Iglesias recomienda denodadamente la serie juego de tronos e incluso se la regala a Felipe VI, dando las claves de lo que entiende por democracia: un juego estratégico donde gana el que obtiene la mayor cuota de poder. En este terreno la ideología no juega, no participa, no es, y la construcción maquiavélica (en un sentido académico) se erige como única válida toda vez que las cartas han sido echadas por los votantes y no hay descartes posibles. Después de las campañas electorales la ideología desaparece, y en su lugar solo quedan un puñado de escaños que hay que configurar atendiendo a un único fin: conseguir el poder.