Las enseñanzas de Bill Russell

El entrenador del Real Madrid, Pablo Laso/JuanJo Martín/EFE

El entrenador del Real Madrid, Pablo Laso/JuanJo Martín/EFE

Por José Luis Cuadrado

Cuenta el mítico Bill Russell, que de baloncesto lo sabe casi todo porque lo inventó casi todo, que la defensa no debe ser una simple reacción al ataque del contrario. Su función nace de una concepción global del juego. El más bello: aquel que subvierte el vértigo en orden sin suprimir sus esenciales velocidad, perplejidad y emoción. Hablamos del contraataque. La defensa no es entonces una mera arma de protección. Espada, no escudo. Espada corta, si se quiere: la legendaria daga vizcaína de los gloriosos Tercios, complemento del sable, que en la mano izquierda paraba las embestidas y acometía al descuido.

El Real Madrid se está rompiendo desde atrás, descomponiendo la piedra angular que lo elevó hasta rozar hace unos meses la imbatibilidad absoluta. Pablo Laso no acierta a pulsar el resorte necesario o los jugadores no acaban de disipar el pesado lastre mental que supone reeditar los cercanos éxitos con unas piernas que no pasaron por una verdadera pretemporada. Tampoco los nuevos están dando el resultado esperado. Thompkins, Hernangómez y Ndour han canonizado a Marcus Slaughter. Tres jugadores con una teórica mayor polivalencia no pueden borrar el recuerdo de un especialista. La buena fama que Slaughter aún mantiene en la grada blanca se basó en la alegría y efectividad con que encaró su rol secundario, combinado con la asunción del relato épico del club. Por su parte, Jeffery Taylor desde su llegada no hizo olvidar a K. C. Rivers. Ni siquiera el propio Rivers ha sido desde su vuelta el mismo que en 2015. Se confirma en él el carácter de un buen jugador de equipo, donde al abrigo de los titulares saca a relucir todas sus virtudes. Lo normal es que a todos nos deslumbren las cámaras. Sólo los elegidos pueden encestar con la luz en los ojos. Si el americano, con su físico, ofreciera todo lo que da Rudy Fernández, estaría arrasando en la NBA.

Malos antecedentes para volver a recibir al Barça. Doellman, Tomic y Samuels ya asolaron la zona blanca hace poco más de veinte días. El pasado domingo frente al Fuenlabrada, la relajación defensiva y su corolario de precipitación (veinte pérdidas de balón) llevaron al equipo de Laso a transitar por la cuerda floja del final apretado. Y está vez el funambulista no llegó a la otra torre. Josip Sobin, un pivot aseado pero sin hechuras de estrella, volvió loco a sus pares madridistas que le ofrecían poca resistencia, huérfanos de ayudas.

Esto hubiera encolerizado a Bill Russell. Sus compañeros no paraban de gritarle: “Hey, Bill, help me!” Él nunca se quejaba. Por dos razones: en su ética de trabajo los suyos nunca quedaban desprotegido y supo sacar partido de todas las posiciones del juego. Creó el tapón como nuevo género estadístico. Once títulos de la mejor liga de baloncesto de mundo no admiten contradicciones.