Inicio de guardería

Por Juan Miguel González González

Y comenzó el año civil, finalmente, desde el frío de una capital que recorre la mañana entre Mesetas y ecos de motores. Fue entre semana, donde paseo el foro Greco-Madriles, de Cibeles a Neptuno, entre la visión okupada de un Palacio con grafiti pirata de welcome refugee. Tras los venerables museos, la Plaza de las Cortes estrena brillo existencialista para recibir mareas de Atocha que reclaman sitio.

El gentío de aquellas, ya antiguas manis, ha crecido sus tesoros en la arena en conquista del Estado, portando bucaneros de rastas y sirenas con cola, disimulados con mochilas y bicicletas. Tribus fenicia hasta porta banda de pueblo, remarcando el paletismo con el que hemos llegado todos a Los Madriles, al fin y al cabo. Aquí se nota mucho el paleto que acaba de llegar, mayormente porque en Madrid no hay otra cosa y se nutre de ellos. Unos paletos llevan más tiempo y se hacen metamorfosis de “gatos” y otros están en ello; unos aparecieron con maleta de madera y otros con tambores de la aldea. Les reciben descamisados de jersey de marca oculta, con niños de teta hambrienta que se cagan – hacen bien – entre el hastío de votaciones trampa. Enfrente les observan en sus bancos, otros más viejos, con sonrisa de visita y ojos cansados sobre corbatas monocolor y niñas bien de peluquería y temor callado.

Comienza la sesión, pasando lista conjunta e imagino cómo sería esta ralea en el colegio. Es una manía que tengo, en mi creencia eternoretornista, de analizar todo en patrones repetidos y originarios del pasado, porque nada cambia. Y les veo igual, los espíritus son inalterables – solo les crecen ojeras – y asisto a la confirmación de lo que esta gente realmente es, en su día grande de biografías in excelsis.

Tras mi observación presocrática en primeros planos, me viene la nostalgia en un clic. La Navidad pasó como si nada y me acuerdo ayer, hace horas o siglos, de los niños de San Ildefonso en otro Teatro, más Real, cantando su mantra de la ilusión, puros ingenuos de boj. Dos escuelas pues entre estaciones nos cierra una etapa. Hoy, en esta, se cantan apelidos repitiendo cargos pasando lista a 350 alumnos que votan para el poder en tono torpe mañanero. Dos músicas diferentes, dos supuestas ilusiones hacia algo, en fin, que no nos llegará nunca a la mayoría: ni la lotería ni el bienestar.

Pero prefiero, claro, a los de San Ildefonso, como usted, querido lector, ya lo suponía. Prefiero a esos niños sin nombre que invocan alegres a los dioses de la fortuna que a estos, glosándose a sí mismos en inmanencia espiral encerrada entre leones de juguete.