Luces de niñez

Jon Nazca/Reuters

Jon Nazca/Reuters

Por Juan Pablo Sánchez Vicedo, @jpsVicedo

No recuerda uno cuándo se confundieron las elecciones y la Navidad, pues 2015 ha sido un año hermoso y raro que nos ha devuelto a la infancia. Las luces navideñas alumbran el tinglado electoral en los escaparates y en la tele para hacernos doblemente niños. Reconozco al presidente el acierto de reunir lo que no debiera separarse: todas las elecciones deben ser en diciembre, todas las campañas son navideñas. La publicidad mezcla juguetes y candidatos o muestra candidatos de juguete que cantan su villancico electoral y nos ofrecen el oro, incienso y mirra con que vamos a perfumar la crisis. Los españoles hemos rescatado al gobierno, que ha salvado con nuestro dinero sus canonjías más la nómina negra o blanca de los asesores y la gasolina de los coches oficiales, antes de que se parasen en una hora punta y dejaran a cualquier ministro tirado en un atasco.

España no puede atascarse y cabe estimularla mediante un pacto de Estado que aúne los carismas de Papá Noel y los Reyes Magos, figuras de consenso que no vienen del Polo Norte ni de Oriente sino de nuestra infancia (ya se ha dicho que volvemos a ella o ella viene a nosotros) y por eso no hay alcalde que los prohíba. Los ayuntamientos laicos del pablochavismo no pondrán el belén, pero mantienen la cabalgata.

La cabalgata electoral se alimenta cada día de su encuesta. El empate técnico entre Papá Noel y los Reyes Magos precede al desencanto de saber que Rajoy, Sánchez, Rivera e Iglesias son, en realidad, los padres. Hay partidos falsamente nuevos que no pueden triunfar aunque ganen. Los resultados de 2011 no sirven como referencia, así que habrá vencedores y vencidos según la expectativa que nos han dibujado los sondeos. Nada es como antes. Acaba un año que ha cambiado costumbres, alcaldes y lecturas. Empecé 2015 votando a unos partidos y leyendo unos periódicos distintos de los que ahora voto y leo.

Leo que los españoles volvemos a la lotería navideña para comprar participaciones de ilusión o un trocito de apacible futuro. No hay seguridad en el empleo y nos aferramos a la esperanza del dinero imaginado, el golpe de suerte que los niños de San Ildefonso anunciarán como ángeles mensajeros de una salvación que soñamos bajo la dorada alegría del cava. Los diputados inciertos y los asesores cesantes depositan su esperanza en que el gordo de Navidad les regale el sustento que la política está a punto de arrebatarles. La nueva política no va a revolucionar España pero va a multiplicar los colores del parchís político y las posibilidades de la nación, de manera que podremos castigar a varios partidos con una sola papeleta. La frustración de los parados crónicos y la ansiedad de los hipotecados pobres se extiende a la clase política e impregna de miedo las listas electorales. Casi nadie tiene el sustento asegurado y los pocos que lo tienen no saben si comerán de la política en el poder o en la oposición. Los desahuciados del escaño, a todo esto, saben que no hay embajadas ni consejos de administración donde asilar a todos. Aquellos a los que no toque el gordo ni les favorezcan los Reyes Magos van a tener que abrir un despacho de contactos con el que probar suerte en el bonito negocio de la consultoría.

La infancia es el refugio donde guarecernos de la tormentosa edad adulta. Necesitamos ser niños, no queremos bajarnos del carrusel electoral que ha cruzado el año recorriendo los niveles de la administración y las edades de nuestra vida. La política nos ha llevado a diciembre como obvio destino de encanto, farsa y luces. La campaña político-navideña resalta el griterío de este 2015 que nos ha cambiado tanto.