El poder de la autocrítica

Por Félix Esteban González, @doctorchandra

Sí, llamadme bicho raro, pero las cosas no las veo como las ve la mayoría, de uno u otro lado. Quizá sea demasiado pedir, pero deberíamos analizar las cosas, intentarlo al menos desde la atalaya más alejada posible. Sin embargo los estímulos son muchos y poderosos. Estamos hablando de siglos de poder, en sus múltiples formas. Se superaron guerras, conflictos; se conquistaron derechos, libertades, sí, pero siempre desde ese control, desde esa manipulación y distorsión de la realidad de la que siempre somos cómplices. Parecía que nuestra nueva condición iba a demostrarse como más mérito nuestro que dádivas del sistema, pero la realidad cotidiana contradice esa suposición. Nosotros nunca tenemos la culpa. ¿Es así realmente?

Siglos de poder y décadas de la era de la información, de los mass media, de la propaganda masiva, de la publicidad y sobre todo de la televisión y de Internet. Es indudable la decadencia, la corrupción, el latrocinio; es comprensible la indignación, la protesta, el deseo de cambio. ¿Pero realmente nuestro comportamiento está acorde con nuestras quejas? ¿No nos falta algo de autocrítica?

Vivimos en una sociedad dominada por la prisa, la falta de análisis, la saturación de información y el poco sentido crítico profundo. Es difícil ver a un político reconocer errores, cambiar de opinión o reconocer méritos ajenos, pero ¿y nosotros? ¿Acaso no somos el reflejo de la ciudadanía? Repudiamos la corrupción a gran escala, ¿pero y los amigos y familiares que la amparan o callan? ¿Nos preocuparía de dónde emana el puestazo de tal o cual administración si el ocupante fuera nuestro hijo, sobrino, hermano…? ¿Qué grado de responsabilidad tenemos cuando emulamos en nuestra economía, modo de vida y ética ciertos comportamientos que luego criticamos en las ‘altas esferas’?

Tras la crisis, la población clamaba por un cambio. Surgió un partido nuevo y otro autonómico se ha convertido en nacional. Hablamos de segunda transición, de fin del bipartidismo, de cambio de modelo económico, de gestión de deuda. Todo parece que va a cambiar, pero como casi siempre nada cambie. Al final los unos no pierden tanto y los nuevos no ganan tanto, pareciendo complementarse entre ellos. Parece que la política cambia, se reinventa, pero ¿es así realmente? ¿Acaso no seguimos fijándonos más en cómo va vestido un candidato, lo guapo o no que es, cómo se mueve o da en cámara o lo que está dispuesto a hacer en un programa de televisión, más que en sus propuestas, en su programa electoral o en que explique con datos qué va a hacer o con quién va a pactar?

Continuamos preocupándonos por la generalidad sin ir a la raíz del asunto. ¿Educación? Sí, es la clave, pero entre 1 y 6 años según los investigadores. ¿Estado del bienestar? Bien, pero ¿cómo?, ¿por qué no se dice la realidad, los números reales, la pirámide poblacional y su inquietante proyección hacia lo insostenible? No interesa y además no lo necesitan porque nosotros mismos no lo exigimos, hipnotizados por el ruido.

Al final somos las primeras víctimas, una democracia basada en la opinión pública, la tertulia, la imagen, la sobreinformación de baja calidad, el poco análisis riguroso y la ideologización del votante sesgando totalmente sus decisiones, opiniones y análisis. Queremos un cambio pero no empezamos por cambiar nosotros mismos y finalmente acabamos sucumbiendo a unas posiciones más bien conservadoras. Igualmente contradictorio o poco riguroso suele resultar la extrapolación a problemas más allá de nuestras fronteras y globales. Es el pensamiento único de ‘nadar y guardar la ropa’, de adhesión a una ideología o pensamiento como si de un equipo de fútbol se tratara. En definitiva, la pervivencia, gracias a los perfectos aliados televisivos, radiofónicos o cibernéticos, de una ‘cueva de Platón’ en el doble sentido de sombras proyectadas en la mera superficie y el impedimento de ver la verdadera realidad bien porque no nos dejan o no queremos darnos la vuelta.

El mundo y la dialéctica histórica, bajo el manto grueso e irrompible de la pura y dura antropología y las constantes del comportamiento humano, seguirá su curso. Mientras, los dignos, los indignados y los que anhelan cambio y luchan por él seguirán siendo una brisa tapada por los vientos racheados de una élite que siempre acaba ganando y un grueso de población que acaba olvidando lo que exige porque le acaban exigiendo un poco menos. ¿El sempiterno “que todo cambie para que nada cambie”? Veremos.

Mientras, seguimos tan entretenidos frente al televisor o en Twitter con partidos corruptos a los que siguen votando millones o nuevos candidatos encantados de conocerse o que no distinguen el artículo 143 del 151. El medio sigue siendo el fin. Pero da igual, todo vale porque nosotros sostenemos este enorme vodevil y si ellos mismos no se sacan los colores de verdad será por algo.