Y sin embargo, Cheryshev

J.P.GANDUL/EFE

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Por Íñigo Val Eguren, @iValEguren

Asistir a un partido en el Santiago Bernabéu es una experiencia soberbia, especialmente por la noche y más aún si el rival es de Liga de Campeones; recomendable incluso para aquellas personas a las que no les gusta el fútbol. Desde la calle no se percibe toda la grandeza del estadio: es necesario dejar atrás la relativa penumbra del exterior, pasar los tornos, enfilar el vomitorio y que la luz de los focos muestre los millares de cabecitas colocadas ordenadamente en unas gradas espectacularmente verticales. El hecho de que ochenta mil personas se citen allí al menos cada quince días nos da una idea de las dimensiones del negocio. Según Expansión, el año pasado 920.000 personas realizaron el Tour del Bernabéu, un paseo -de pago- por las instalaciones del estadio y su museo, sólo superado en visitas por las dos estrellas del Triángulo del Arte : el Prado (dos millones y medio de visitantes) y el Reina Sofía (cerca de 950.000).

Quizá no dice mucho de nosotros como sociedad, pero esos son los datos y muestran que en este tiempo de grandes empresas deportivas, la "marca blanca" no es categoría de supermercado sino de emporio internacional. Es prácticamente imposible encontrar un solo aficionado al fútbol en el mundo que no conozca al Real Madrid y, dado lo sobredimensionado que está el "deporte rey", a la otra mitad del globo terrestre no convertida a la fe futbolera también le suena el nombre del equipo blanco. Hay codazos para dejarse ver en el palco del Bernabéu y el sector madridista, lanzado, suele decir que ser presidente del Real Madrid es más que ser ministro. Y sin embargo, Cheryshev.
Memento mori Florentino Pérez, recuerda que eres mortal Regia Matritensis (recomiendo seguir los tuits de @realmadrid_ln, la cuenta que comenta en latín los asuntos merengues).

¿Cómo ha sido posible la chapuza de Cádiz [en el momento de la escritura de estas líneas aún no se sabe si habrá eliminación]? ¿Cómo puede pasarle eso a todo un Madrid? Cierta idolatría nos ofusca y nosotros, los ciudadanos de a pie, ajenos a los centros "en los que pasan las cosas", confiamos excesivamente en la capacidad de quienes llevan el cuadro de mandos, sea en Concha Espina o en cualquier otra institución. Error. Hay cuervos en el Vaticano, una pareja se coló en la Casa Blanca -la de Obama-, las palabras del propio presidente de EEUU fueron "traducidas" por un delirante intérprete sudafricano, un joven alemán aterrizó su avioneta en la Plaza Roja en tiempos de la Unión Soviética, el niño Nicolás... Todo es posible habiendo personas de por medio. Si no hay una sana tensión en el centro del poder, si éste se fosiliza y no es ocupado por los mejores, el espacio vacío se llena de mediocres y aduladores. Se termina alineando al canterano sancionado. Sin personas ejemplares y llenas de talento no hay regeneración, no hay política nueva y no hay Copa del Rey. A veces parece casi mejor no saber qué pasa por las alturas, para evitar el posible espanto de comprobar que no hay nadie conduciendo o que el volante lo lleva ese chistoso del Ayuntamiento de Madrid. Urge más tensión o nos quedamos fuera de cualquier competición.