Americanización de la política

Mike Mozart/Flickr

Mike Mozart/Flickr

Por Javier Perellón Sabiote

La elecciones del 20D han supuesto un antes y un después en la forma en la que los partidos políticos se relacionan con la sociedad. La forma de llevar a cabo sus campañas electorales se está transformando debido a la globalización que todo lo conecta y uniformiza y la aparición de nuevos medios de comunicación, que en algunos casos sustituyen a los tradicionales, y de las redes sociales. Si a esto añadimos la aparición en la escena política de nuevos actores con ideas renovadas, el cambio está servido.

Hay que partir de la base de que, en general, el corto recorrido las democracias del sur de Europa ha provocado un retraso en la aparición de la comunicación política moderna. El caso de España se acentúa aún más debido a la inexistencia de una democracia y de un mercado político durante más de 30 años. No será hasta el fin de la dictadura cuando se pondrá en marcha toda la maquinaria de los partidos. Por tanto, la llegada de las técnicas de marketing político presentes en Estados Unidos llegan con un retraso considerable a nuestro país respecto a otras democracias más desarrolladas de nuestros vecinos europeos.

Uno de los principales rasgos que caracterizan la ‘americanización de la política’ es la transformación del debate en un espectáculo, o lo que es lo mismo, la banalización de la política. Es habitual ver a los principales líderes acudir a programas televisivos de entretenimiento en horas de 'prime time' que nada tienen que ver, o muy poco, con el debate electoral del momento. En estos espacios se profundiza en la vida personal e íntima del personaje. Nos abren las puertas de su hogar, como sucedió con la visita de Ana Rosa a la casa de Pablo Iglesias en Vallecas. O nos muestran su espíritu aventurero, como la vicepresidenta Sáenz de Santamaría durante su viaje en 'Planeta Calleja' tras el que el propio Jesús afirma que "Soraya se ha desnudado". Esta intensa presencia en los medios de comunicación ha propiciado que la atención mediática sobre la actuación de los políticos sea cada vez mayor, aunque no siempre, por aspectos estrictamente ligados a su actividad profesional.

En consonancia con la anterior característica, también se produce una personalización de la política. El líder se convierte en el eje de la acción y está muchas veces por encima del propio partido. Se han transformado en star-politics (políticos estrella), que condicionan el votos de los ciudadanos más que el proyecto político o la ideología del partido.

La negatividad instaurada en la campaña electoral, más centrada en criticar al adversario que en proponer un proyecto político para el país, también tiene cada vez más presencia en la escena política. El debate a tres llevado a cabo el 30 de noviembre es un fiel reflejo de ello y pone en evidencia la ausencia de ideas programáticas de los líderes. Estos dirigen sus discursos a dañar la figura y la reputación de sus oponentes políticos más que en ofrecer una alternativa atractiva a los votantes.

Esta 'americanización de la política' no tiene que ser vista de forma exclusivamente peyorativa sino que debe entenderse como una oportunidad de acercarse al público con mayor efectividad, siempre y cuando se respeten las reglas del juego que no consisten en otra cosa que en hacer política. En EEUU lo entendieron muy bien y, a pesar de ser los precursores de este modelo, saben que se deben a sus votantes y que debatir de política forma parte de su quehacer diario. Y es que por muy grandes dotes interpretativas que se tengan, sin un proyecto atractivo y real que ofrecer a las personas el fracaso está servido.