Jonathan Franzen: naturalismo siglo XXI

Mike Willis/Flickr

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Por Guillermo Laín Corona, profesor de literatura en University College London

Parte I: matizando los matices

Cuando un escritor llega a la cumbre, lo normal es que la roca/castigo de su éxito sea que su ascenso se desvíe al embalse de los lugares comunes. Así que Franzen ya es Sísifo, y no porque haya sido parodiado en un capítulo de Los Simpson (que te tomen el pelo en esta serie es ya más bien un entrar en el monte mainstream del Parnaso), sino por saber aguantar estoicamente los topicazos de la crítica. Claro que la suya es una batalla digna (como el estoicismo, por otro lado), porque su sambenito es que se refieran a él sin tregua como el Tolstoi del siglo XXI, o etiquetas así, y esto a él le pone mucho. Vamos, que lo reivindica con orgullo.

Hace años que impera en los círculos literarios de EEUU un encendido debate sobre el modo de hacer novela, y Franzen se ha hecho adalid de los novelones. Ahí están los suyos, a cual más voluminoso: Ciudad veintisiete (1988 [Alfaguara, 2003]), Movimiento fuerte (1992 [Alfaguara, 2004]), Las correcciones (2001 [Seix Barral, 2002]), Libertad (2010 [Salamandra, 2011]) y Pureza (2015 [Salamandra, 2015]). Su reivindicación es la de adentrarse por extenso en la psicología de los personajes y retratar a fondo las sociedades en las que estos viven, con una alta dosis de posicionamiento político e ideológico y a través de múltiples episodios y peripecias, y déjate tú de tonterías, que diría el otro. Es decir, contar historias sin florituras literarias.

Aquí está, no obstante, está el tipo de error que se produce cuando se hacen generalizaciones. Franzen no es el realista decimonónico que reniega de artificios literarios (por cierto, que también es un error pensar que a los realistones no les importaba esto un bledo). Artificios los hay en las novelas de Franzen, solo que tienen más que ver con la disposición narrativa de la trama. Franzen se aleja del realismo decimonónico en no hacer el sencillo relato lineal, pero a la vez se acerca a otras formas realistas del siglo XX. Y es que su narrativa bebe seguramente de la experimentación en el contar de la generación perdida de John Steinbeck, de John Dos Passos, de William Faulkner, de Ernest Hemingway. Yo aún diría que bebe de los experimentos novelísticos de la América Latina del boom, porque la desestructuración de la trama de, sobre todo de Pureza, su última novela (el principio al final, el final al principio, y carambola), recuerda al Mario Vargas Llosa de los comienzos: La casa verde, Conversación en la catedral, y en ese plan, que diría el magnífico Francisco Umbral (aunque Umbral le tenía tirria a Vargas Llosa y lo más seguro es que no leyera a Franzen, que le pilló ya mayor). Como en Conversación en la catedral, en las novelas de Franzen pasan más cosas que en la guerra, y la trama incluso tiene ese punto cercano al culebrón. Lo que hace que no sean telenovelas por escrito es, precisamente, la maestría en el contar, de complejidad tan maravillosa.

Si se piensa, las novelas del realismo diecinuevero eran unos dramones que no veas. Escritos en una sencilla linealidad de causa-efecto, entonces la grandeza estaba más bien en el magisterio a la hora de analizar los problemas del individuo y de la sociedad. También Franzen se apropia de esto, y dibuja a todo color el mundo americano y a los personajes que lo pueblan. Las correcciones es un angustiante retrato de familia en torno al Parkinson y Libertad se centra en una familia enfrentada por divergencias ideológicas (demócratas vs republicanos). Franzen siempre pone la política de fondo: en el primer caso, por las relaciones con la Europa del Este; en el segundo, a través del 11S, el terrorismo y el medioambiente. En Pureza no hay tan claramente una familia, pero hay difíciles relaciones personales, entre las que no pocas son de tipo familiar, con el trasfondo de la sociedad de la información, los problemas de Internet y las redes sociales. 

Total, que sí, que es verdad: Franzen es un realista muy siglo XXI, aunque con sus matices. Más acertado, acaso, es lo del naturalismo, que pongo en el título. Pero eso ya lo explico en otro artículo, por aquello del suspense antes de desclavar las claves.