Emergencia electoral de la tercera España

Paco Campos/EFE

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Por Manuel Fernández Lorenzo, profesor de la universidad de Oviedo

El nuevo y emergente partido Ciudadanos tiene posibilidades de convertirse en el nuevo partido de los intelectuales españoles. En tal sentido recuerda al Partido Reformista de Melquíades Alvarez o a la Agrupación de Intelectuales al Servicio de la República de Ortega, Marañón y Ayala.

La comparación no es superficial, ya que puede tener un calado más hondo, en el sentido de que una preocupación esencial de aquellos partidos republicanos era dar presencia en la vida política nacional a las minorías intelectuales, las “élites”, que Ortega echaba de menos en España, en comparación con lo que ocurría en nuestros poderosos y avanzados vecinos franceses, ingleses y alemanes. Dichas minorías intelectuales, integradas por profesores, humanistas, científicos, médicos, abogados, lo que se denomina personas cultas en general, que parecen coincidir con el perfil de votante del partido de Albert Rivera, debían aportar a la dirección política del país un peso de seriedad y competencia, avalado por el conocimiento de la historia y de las complejidades de las modernas sociedades industriales. Su intención es poder influir, por el peso de sus votos, en la dirección última del destino de los españoles, para que este no se configure únicamente por fuerzas económicas y sociales polarizadas en una lucha ciega, sorda e irreflexiva, como ha ocurrido en trágicos enfrentamientos pasados.

Precisamente, una de las causas que condujeron a la guerra civil fratricida entre españoles, llena de ignorancia y fanatismo, fue el retraso de España en sustituir a una élite intelectual medieval, como era la Iglesia, por una élite científica e intelectual, ya entonces con importantes figuras como Ramón y Cajal, Clarín, o el movimiento krausista, que permanecieron marginados por los políticos del famoso turno entre Canovas y Sagasta. A pesar de los esfuerzos de acciones aisladas, como la Extensión Universitaria en la Universidad de Oviedo, el pueblo, en progresivo proceso de proletarización, permanecía en la ignorancia más absoluta sobre la nueva sociedad industrial que se estaba abriendo camino, un poco tardíamente, en España. Dicha ignorancia le conduciría a caer en manos del fanatismo proletario fomentado por los partidos revolucionarios obreristas que se constituían entonces. El choque con la reacción violenta y de sentido contrario fue inevitable.

La organización de unas minorías intelectuales que asumiesen los principios de la sociedad moderna había dado un paso muy grande, con respecto al siglo XIX, por obra de líderes intelectuales como Unamuno y Ortega. Fue la primera vez que España pudo ofrecer al mundo, agrupados en la institución cultural de la mítica Residencia de Estudiantes, un conjunto de nombres en los diferentes campos de la cultura y la ciencia moderna, desde Ortega hasta Dalí, pasando por Buñuel, Ramón y Cajal o Severo Ochoa, con amplia resonancia y efecto internacional. Pero el intento de reconducir la República, por la intervención de tales intelectuales, señaladamente las agrupaciones de Ortega y Melquíades Álvarez, evitando el enfrentamiento trágico entre los extremistas antidemocráticos, fracasó.

Hoy nos encontramos en una situación en que una nueva Restauración democrática está conduciendo, en su desarrollo bipartidista, a nuevos enfrentamientos, ya no tanto en torno a un radicalismo social organizado (aunque la aparición de un partido totalitario de izquierdas como Podemos puede reactivar las luchas económico-sociales), sino en torno a la cuestión territorial y lingüística, con amenazas serias de secesión de algunas partes de España. Esperemos y confiemos en que la irrupción del nuevo partido de Albert Rivera, que busca ocupar el verdadero centro, permita que el poder moderador de los votos de tales minorías intelectuales se imponga. Al menos por su posibilidad de hacer de arbitro moderador, (desplazando al nefasto arbitrismo de los nacionalista vascos y catalanes) sobre las tendencias bárbaras, ignorantes y fanáticas que amenazan con apoderarse de nuevo de un pueblo al que se pretende, desde la llamada Transición, mantener alejado de la ilustración y el progreso por medio del monopolio de los grandes medios de comunicación, singularmente la televisión, hoy dominada por la cultura de la banalidad y el entretenimiento.

Es la única esperanza de regeneración que vislumbramos a corto plazo. A medio plazo se requiere algo más profundo, como sería el cumplimiento del programa orteguiano de introducir, por medio de las minorías culturales, una filosofía que de nueva vida y racionalidad al pensamiento y a las ideas que deben presidir y dirigir la necesaria crítica política, sin la cual debe abandonarse toda seria esperanza de regeneración y progreso. Pero para dicha tarea es imprescindible la revitalización de la Universidad y de las instituciones educativas.